Un viaje al rededor de los museos

Museos pequeños, museos con encanto, museos poco conocidos, museos y/o fundaciones de mis artistas o arquitectos favoritos, museos que he tenido el gusto de visitar y que, por diferentes razones, merecerían volver a ser visitados.

Todos los textos y fotos de este blog son autoría y propiedad de Agustín Calvo Galán. Si quieres citarlos o usar las fotos, puedes hacerlo; pero, por favor, indica la procedencia y la autoría. Gracias.

lunes, 7 de diciembre de 2020

Museo Nacional de Tokio (Japón)

 


Amanece en Tokio con el cielo muy oscuro. En días de lluvia lo mejor es refugiarse en algún museo que nos proporcione un techo y actividad durante varias horas. Salimos del hotel convenientemente equipados con chubasquero y paraguas, y nos dirigimos a coger un tren de la línea Yamanote que nos acerque al parque Ueno. La lluvia no cesa cuando llegamos y vamos a paso firme directos al Museo Nacional de Tokio: una gran institución museística que nos dará cobijo en este día de aguaceros otoñales. No parece que haya mucha gente comprando la entrada para acceder a su interior. Para nuestra suerte, no a todos los turistas les gusta visitar museos, ni siquiera cuando diluvia.

Entramos en el edificio principal, que data de los años treinta del pasado siglo y tiene un aire ciertamente art déco, aunque los tejados son de estilo tradicional japonés, a cuatro aguas. Lo recorremos pasando por las diferentes salas y galerías. Aquí hay desde espadas y armaduras de samuráis hasta kimonos bellísimos; también vemos piezas encontradas en yacimientos prehistóricos, como una impresionante estatuilla de cerámica del período llamado Jomon, con unos ojos gigantes: se trata de una figura femenina de anchas caderas y cintura de avispa Venus ancestral hermanada con tantas otras, como la encontrada en Willendorf (Austria), mundialmente famosa porque los adalides del esoterismo galáctico internacional quieren ver en ella a un extraterrestre y no a un ser humano, y es que unos ojos inmensos en un figurilla tan pequeña le proporcionan, efectivamente, un aspecto algo raro. Otra de las artesanías que más llaman nuestra atención son las máscaras de teatro Noh, algunas del siglo XVIII, así como algunas piezas de porcelana de lo más refinadas.

También se pueden admirar paneles o biombos pintados al más puro estilo japonés. Algunas de las piezas más antiguas son paneles provenientes de China, decorados con una caligrafía de trazos muy expresivos. Al fin, encontramos una sala dedicada a la pintura japonesa de época más moderna, donde destacan las pinturas de Hokusai de tipo Ukiyo-e, que nos reconfortan y atraen poderosamente; aunque también hay lienzos de artistas contemporáneos con una evidente influencia occidental junto a los que pasamos corriendo.

Al lado del edificio principal se sitúa otro dedicado al arte oriental en general. En este encontramos una gran cantidad de estatuas budistas provenientes de toda Asia y de diferentes épocas, así como delicada porcelana china de diferentes épocas. En otra de las salas nos topamos con talismanes y objetos de adivinación, un tema que a los japoneses parece que les encanta: son muy aficionados a todo tipo de futurología, y lo más curioso de todo, al menos para nosotros, es que en muchos casos está ligada a la religión.

Antes de salir del Museo, visitamos su tienda y me compro un par de libros en inglés, uno de arte japonés y otro de estatuaria budista: me gustaría tener una idea más clara sobre la proliferación de diferentes tipos de estatuas de Buda y de bodhitsattvas que nos hemos encontrado recorriendo Japón. Demoramos nuestra salida, afuera sigue lloviendo con más intensidad si cabe. 

https://www.tnm.jp 

domingo, 8 de noviembre de 2020

Museo de Altamira (Santillana del Mar, Cantabria)


Tras visitar las cuevas del monte Castillo en Puente Viesgo  nos dirigimos a Santillana del Mar para visitar la cueva de Altamira. Bueno, la cueva en sí no, porque desde hace varias décadas es muy difícil poder entrar en ella; al parecer hay lista de espera de años, pues para su conservación se ha limitado mucho el número de visitantes. Lo que sí se puede visitar es el Museo Nacional y Centro de Investigación de Altamira, inaugurado en el 2001, en el que se ha hecho una reproducción, llamada neocueva, de la sala de los polícromos. Cuando llegamos, nos informan de las limitaciones debido a la covid'19: además de las limitaciones de aforo, las visitas al museo y a la neocueva han de ser con cita previa, así que nos dan unas entradas para dentro de dos horas. No está mal teniendo en cuenta que no habíamos reservado con anticipación. Aprovechamos el tiempo que falta para visitar la turistizada y pétrea Santillana del Mar. 
Volvemos a Altarmira antes de la hora indicada. El museo se encuentra muy cerca de la entrada a la cueva y se puede dar un paseo por las laderas ajardinadas. Nos acercamos así al acceso original: solo se ve una reja y una puerta detrás. Los visitantes lo vemos desde lejos, tras unas vallas; a mí me recuerda al iconostasio de las iglesias ortodoxas, adentro, a la parte sagrada, solo pueden acceder los iniciados. Muy cerca hay un monumento dedicado a los descubridores de las pinturas: Marcelino Sanz de Sautuola y especialmente su hija María, que siendo una niña fue quien se percató de la existencia de las pinturas por primera vez en época moderna, y dejó para la historia la frase: "mira papá, bueyes". 
Volvemos a la entrada del museo, obra ¿cómo no? de Juan Navarro Baldeweg, que arquitectónicamente no sobresale por nada en especial: es bastante grande pero se distribuye siguiendo la ladera de una colina en varios edificios a la manera de terrazas. En el interior del museo se puede hacer un recorrido muy didáctico por el estudio de la prehistoria: la formación geológica de las cuevas del norte de España, su conexión con otras grutas francesas, el hábitat prehistórico, las técnicas de pintura de los habitantes antiguos, etc. Hay toda una sala dedicada a Sanz de Sautuola y su hija. Se ha reproducido el despacho de don Marcelino. Me fijo en un ejemplar del opúsculo "Breves apuntes sobre algunos objetos prehistóricos de la provincia de Santander", cuya publicación en 1880 desencadenó un escándalo considerable y la negación, por parte de los darwinistas españoles y de alguna eminencia francesa en la materia, de que las pinturas de Altamira fuera realmente antiguas. 
Mientras esperamos para ver la neocueva, porque para esto también tenemos una hora asignada, vemos entrar a un grupo de personas junto a un cura joven. Va vestido de negro con alzacuellos, a la manera tradicional. Hacia mucho que no veíamos un cura vestido de esa manera, ahora se camuflan todos vistiéndose como seglares. Descansamos un rato junto a la gran puerta corrediza que una guía del museo abre para ir dejando entrar a los visitantes en esta parte del museo. Accedemos por fin con gran expectación. Pero la decepción llega enseguida, tras descender por una pasarlas en zigzag y acceder a la reproducción de la sala de los polícromos. Efectivamente, ahí están los búfalos reproducidos en el techo, pero no solo no tenemos la sensación de estar en ninguna cueva, sino que la copia de las pinturas ni siquiera nos parece buena, son pinturas sobre yeso o algún material parecido y la textura les da una apariencia de inacabadas. No soy experto en la materia, pero me atrevo a decir esto después de ver otros pinturas prehistóricas en cuevas de Francia y España y, sobre todo, tras contemplar reproducciones fotográficas de calidad en diferentes libros sobre Altamira.
Resulta evidente que los antiguos tenían maestría, y que los reproductores modernos han carecido de ella. Esta neocueva resulta ser un triste sucedáneo para todos los que nunca podremos ver el techo original de la sala de los polícromos. Salimos del museo recordando las pequeñas pinturas que habíamos visto en las cuevas del monte Castillo, apreciamos ahora más su delicadeza natural y evanescente, y su rotundo realismo.

http://www.culturaydeporte.gob.es/mnaltamira/home.html


lunes, 5 de octubre de 2020

Centro Botín (Santander)


Una nave espacial ha aterrizado en los Jardines de Pereda de Santander, justo delante de la antigua sede del Banco de Santander. Su perfil aerodinámico es imponente, y contrasta con el clasicismo gris de la ciudad que tiene detrás. Pero no, en realidad no es ninguna nave venida de otros mundos, sino el flamante Centro Botín, inaugurado en el 2017, obra del ínclito arquitecto italiano Renzo Piano. El edificio está compuesto por dos cuerpos que se elevan del suelo por unas columnas ligeras, lo que produce la impresión de que en cualquier momento va a salir volando. Entre ambos edificios, una estructura metálica exterior, con ascensores y las escaleras de entrada, los une. Subimos por estas escaleras, después de comprobar que desde la planta baja, donde se ubica una librería y una cafetería, no se puede acceder a las plantas superiores. En la taquilla preguntamos si los clientes del Banco de Santander (ahora llamado Santander a secas, como la ciudad misma, solo que en masculino) tenemos algún descuento, pero no. Está claro que la fundación propietaria de este centro quiere distanciarse en todo del banco fundado por la familia Botín, en eso no se parece a la fundación La Caixa, en la que el negocio bancario y la obra social van unidos.

En la taquilla nos informan de las dos exposiciones que podemos visitar. La primera es de retratos: se trata de una selección de obras pertenecientes a la Fundación Botín que recorre brevemente la historia del retrato con obras de grandes pintores del siglo XX. Y digo brevemente porque esta exposición está compuesta solo por un puñado de cuadros. Es cierto que son excepcionales, pero el recorrido se nos hace corto. Aquí encontramos, nada más y nada menos que, femme espagnole (1917) de Henri Matisse; Self Portrait with injured eye (1972) de Francis Bacon; Arlequín (1918) de Juan Gris; Al baño. Valencia (1908) de Joaquín Sorolla; Mujer de rojo (1931) de Daniel Vázquez Díaz; Figura de medio cuerpo (1907) de Isidre Nonell; El constructor de caretas (1944) de José Gutiérrez Solana y Retrato de mi madre (1942) de Pancho Cossío. Nos paramos especialmente en las obras de Sorolla y, la pequeña pero llamativa, como siempre, de Bacon; entre ambas el siglo XX lo cambió casi todo de una manera muy dramática.

La segunda exposición está formada por una serie de instalaciones del artista albanés Anri Sala titulada As you go (Châteaux en Espagne). Nos deja muy impresionados una en concreto: en una gran sala se proyectan, en grandes pantallas (algunas móviles),interpretaciones musicales: unas manos tocan las teclas de un piano, a veces las manos desaparecen y el piano sigue sonando, otras los movimientos de los dedos no se corresponden con las notas que están sonando. Nos quedamos un buen rato viéndola. La instalación es espectacular, primero la observamos con distancia y respeto, después comprobamos que se nos permite meternos entre las pantallas, formar sobras sobre ellas: somos dos perfiles entre la música. Nos agrada el juego que se crea. Desde aquí también accedemos a los inmensos ventanales que dan al mar o a la ciudad, en los flancos del edificio-nave. En estas grandes salas se han colocado instalaciones más pequeñas, creando un contraste importante entre contenido y contenedor, como una pequeña caja de música, un espejo que nos refleja deformados, etc. 

Salimos del Centro Botín con la sensación de haber visitado dos exposición sumamente interesantes, aunque el edificio en sí nos ha resultado algo grandilocuente para lo que realmente contiene. 

https://www.centrobotin.org/

martes, 15 de septiembre de 2020

Museo de la Evolución Humana (Burgos)

Llegamos a Burgos por la tarde y lo primero que queremos hacer es visitar el Museo de la Evolución Humana. La entrada, en la fachada principal, se encuentra a una cierta altura, desde aquí se ven muy cerca las torres de la catedral, al otro lado de la arboleda y del río Arlanzón. El Museo resulta ser un complejo nuevo e imponente, formado por tres edificios: el del medio es el museo propiamente dicho, en un extremo hay un auditorio o palacio de congresos y al otro hay otro edificio que no sabemos qué función tiene. La primera vez que visité la ciudad, allá por los años noventa del pasado siglo este museo no existía; se inauguró en el 2010, así que es una construcción de reciente creación, aunque con un trasfondo muy antiguo, no solo por la materia sobre la que trata, sino también porque esta institución es el testimonio más elocuente de la importancia de los trabajos de excavación que durante décadas se han llevado a cabo muy cerca de aquí, en la sierra de Atapuerca. 

El proyecto es obra del arquitecto Juan Navarro Baldeweg, y resalta por la estructura metálica pintada de un rojo llamativo y que recubre el edificio por el exterior, salvo en la fachada principal, formando grandes X, cuyas líneas se cruzan creando una celosía gigante. Se me antoja que es una forma de nombrar o proteger o preservar los siglos o el paso del tiempo desde la prehistoria hasta nuestros días. Debajo de la estructura metálica, las fachas de vidrio permiten ver el interior hueco del museo. 

Entramos y nos impresiona el gran espacio vacío de varios pisos de altura que nos da la bienvenida. En la venta de entradas nos informan de que, a causa de las restricciones impuestas por la covid'19, algunas partes e instalaciones están cerradas al público. No obstante, lo más importante o lo más significativo sí que se puede ver: se encuentra en el piso -1 y se trata de los hallazgos fósiles y materiales originales encontrados en los yacimientos de Atapuerca. Se exponen en el interior de unos habitáculos rectangulares, en los que la luz se ha atenuado, las paredes interiores son negras y únicamente se iluminan las piezas prehistóricas, contenidas en amplias vitrinas; de esta manera, sentimos que entramos en un espacio casi religioso, un sancta sanctorum aislado del exterior y que contrasta con la luminosidad blanca del resto del museo. Aquí nuestra atención se dirige inmediatamente a los trozos de mandíbula, las piezas de piedra (como puntas de flecha o hachas), así como otros huesos como fémures encontrados en la sierra de Atapuerca, a solo 15 km. de la ciudad. En algunos se ha colocado una lupa para que podamos observar algún detalle aumentado, en concreto una serie de rastros de raspados que indicarían que estos homínidos practicaban el canibalismo. 

Pero, efectivamente, esta magna institución no se centra únicamente en lo hallado en Atapuerca, sino que quiere abarcar mucho más: pretende dedicarse a la toda la historia de la evolución humana, un campo del estudio multidisciplinar en el que se han implicado varias ciencias: desde la prehistoria y la geología, pasando por la paleontología, la arqueología y hasta la historia del arte. La museografía entorno a esta materia me parece algo compleja, no solo por la cantidad de yacimientos e informaciones que se han de manejar, sino también porque cada nuevo descubrimiento viene a modificar las líneas de evolución que se habían trazado anteriormente.

Al final de la planta subterráneo encontramos una exposición sobre el descubrimiento de los sitios arqueológicos de Atapuerca, con esquemas de los mismo y numerosas fotografías, especialmente de los especialistas en las diferentes materias que han participado en las excavaciones. Alguno de ellos se ha convertido en auténticas celebrities como Eduald Carbonell, José Luis Arsuaga o José María Bermúdez de Castro, quienes no solo han dirigido las excavaciones desde hace más de treinta años, sino que se han dedicado en cuerpo y alma a la divulgación de los hallazgos. No obstante, también se resalta la figura del anterior director de las excavaciones: Emilio Aguirre. Por otro lado, se explica que Atapuerca se descubrió por pura casualidad, tal y como ha ocurrido en numerosas ocasiones en este tipo de yacimientos: la construcción de un trenecito minero a finales del siglo XIX propicio que se abriera una profunda y amplia zanja, llamada trinchera del ferrocarril, en medio de la sierra. Ahí se destruyeron partes del terreno, pero empezaron a aparecer las entradas a antiguas cuevas y simas, así como los primeros fósiles

En las plantas superiores, grandes balcones al final del edificio, podemos observar una serie de espacios dedicados a temas tan variados como la expedición de Darwin en el Beagle que le llevó a concretar su teoría de la evolución, diferentes fósiles animales, así como también reproducciones realistas y puestas en pie de homínidos de diversas épocas, desde el autrolopiteco, pasando por, evidentemente, el homo antecesor, el neanderthal, hasta llegar al homo sapiens; todos nos miran de frente y, a pesar del esfuerzo evidente de sus creadores por conseguir una apariencia de realismo y de movimiento, me parecer meros muñecos como los que hay en los museos de cera. Efectivamente, aquí algunas partes interactivas, con pantallas táctiles han sido clausuradas. Nos detenemos en el apartado dedicado al arte prehistórico, donde en grandes pantallas van proyectándose pinturas rupestres como las del Altamira y Lascaux y otras piezas muy conocidas, como las figurillas de venus halladas en diferentes lugares del mundo. Nos sentamos en unos bancos que son, a la vez, altavoces, desde los que se puede seguir una explicación de lo que estamos viendo. 

Desde la planta superior, (donde se encuentra la librería, curiosamente muy lejos de la salida, como queriendo evitar lo que sucede en la mayor parte de los museos, que el visitante tenga la sensación de que tiene que comprar algo antes de salir), vemos el interior vacío del edificio desde arriba y se nos antoja una espacio espectacular, aunque demasiado grande para lo que hay aquí contenido. Eso sí, concluimos que la función didáctica el museo la cumple perfectamente. Salimos y ya está anocheciendo, vamos hacia el centro guiados por las torres de la catedral.

https://www.museoevolucionhumana.com/

sábado, 18 de abril de 2020

Museo Baba Nyonya (Malaca, Malasia)


Llovizna sobre Malaca. La guinda de su Barrio Chino es el museo Baba Nyonya. Se trata de tres casas unidas y perfectamente conservadas, que fueron la vivienda de una rica familia de comerciantes chinos. Así es como la cultura de la población china asentada en esta parte del mundo, llamada Peranakan, aparece ante nosotros en su máximo esplendor. Obviamente, estas casas museo están íntimamente conectadas con el Museo Peranakan de Singapur, y nos identifican a la comunidad china de Malasia con la de Singapur. Entramos y nos hacen descalzar para subir a los pisos superiores, pero no por motivos religiosos o reverenciales, sino porque los suelos son de madera y los tienen cuidados y relucientes como si acabaran de ser colocados.

Andamos torpemente con las aparatosas pantuflas de tela que nos han dejado. Arriba encontramos habitaciones con su mobiliario completo y ropas antiguas de mujeres y hombres, así como retratos de otras épocas. Destacan, en una de las habitaciones, los vistosos atuendos para las bodas, junto a una explicación del ceremonial. Bajamos por la parte de atrás y llegamos a un patio, en cuyo interior se esconde un jardín exuberante y una de gran cocina al aire libre, repleta de cacerolas, morteros antiguos y demás cacharros e instrumentos para cocinar que se exhiben por las paredes entre enredaderas de un verde intenso. Finalmente, volvemos a ponernos nuestro calzado para caminar con naturalidad por un suelo de baldosas. En la parte principal de la planta baja recorremos una zona de despachos para los negocios y un gran comedor con preciosas porcelanas y un mobiliario con filigranas espectaculares.
Antes de salir, entramos primero en una pequeña tienda de recuerdos con libros, como la de cualquier museo del mundo, donde me compro uno ilustrado sobre la cultura Peranakan y unos abanicos orientales para regalar, y después un pequeño bar donde nos tomamos un café tranquilamente, mientras comprobamos que sigue lloviendo dulcemente afuera.
El Barrio Chino de Malaca parece anclado en el tiempo, pero sigue muy vivo. No es un lugar histórico intocable, todo está bien conservado, y la población china sigue viviendo aquí, manteniendo, renovando o creando negocios nuevos, como hace unos siglos. Aunque nos tememos que la cultura Peranakan ha quedado, por un lado, disuelta ya en la identidad de las nuevas naciones: Malasia y Singapur, y, por otro, engullida por la preponderancia de la República Popular, referencia de modernidad para los chinos del mundo entero; en la vieja Malaca pervive en las cartas de los restaurantes como recordatorio del origen mestizo de la gastronomía local. 




lunes, 2 de marzo de 2020

Museo Naval México (Veracruz, México)

Desde nuestra habitación, en la octava planta del Hotel Emporio de Veracruz, vemos en primer plano el faro de Venustiano Carranza, los muelles del puerto con cargueros en plena faena de descarga, y a lo lejos, en una isla a la entrada del puerto, el gran fuerte de San Juan de Ulúa, baluarte en el que, tras la independencia efectiva de México en 1821, capitularon las últimas tropas españolas en territorio mexicano en 1825. A  nuestras espaldas, la ciudad de Veracruz se extiende en edificios no siempre bien conservados, cafeterías populares como la famosa Parroquia donde la leche se escancia en vasos altos, plazas animadas en las que se baila el danzón al atardecer y altísimas palmeras que nos recuerdan que estamos junto al mar Caribe.
Tras un corto paseo llegamos al Museo Naval. La blancura de su fachada deslumbra bajo el sol de la mañana. Un marinero uniformado también de blanco impoluto vigila la puerta. Por un momento tengo la impresión de que nos va a cerrar el paso con su fusil; pero no, nos dice un bienvenidos franco. Accedemos a un gran patio en el que se han colocado diferentes tipos de botes y canoas, así como un helicóptero militar. Entramos en el gran edificio y lo primero que nos encontramos es una sala con audiovisuales dedicados a glorificar la Armada mexicana. Los colores de la bandera nacional se mezclan con las palabras honor, deber, lealtad, heroicidad, etc. Parece como si quisieran convencernos de que nos hemos de enrolar y, por un momento, tengo miedo de que el Museo esté dedicado exclusivamente a un cierto patrioterismo hueco. Pero al pasar a las siguientes estancias se me pasa el espanto: entramos en unos espacios dedicados concretamente a la historia naval de México. Primero nos topamos con unas salas dedicadas a la navegación en épocas prehispánicas, con canoas y la reproducción de algunas pinturas indígenas con esta temática. A continuación llegamos a la que se considera la primera batalla naval de la historia de México: el sitio de Tenochtitlan. Pero ¿cómo la conquista de una ciudad de tierra adentro puede considerarse una batalla naval? La respuesta es sencilla: la capital azteca fue construida dentro del lago Texcoco para su mejor defensa, y su conquista final por parte de Hernán Cortés se produjo desde el lago mismo en 1521, cuando los españoles construyeron allí 13 bergantines que, acompañados por cientos de canoas de otros pueblos indígenas, enemigos de los mexicas, consiguieron rodear la ciudad y cortar todo suministro hasta que la capital cayó bajo el poder español. Para ilustrar la batalla se ha realizado una maqueta del Tenochtitla en medio de un lago en el que se han colocado reproducciones de los bergantines españoles y de las canoas indígenas. En las siguientes salas se explica la historia de la llamada Nao de China o Galeón de Filipinas, el barco que realizaba el comercio con las Filipinas desde Acapulco, durante el Virreinato de la Nueva España, así como algunos episodios de la independencia de México a principios del siglo XIX.
Pero las salas que más nos llaman la atención son las dedicadas a las invasiones extranjeras que sufrió México durante los siglos XIX y XX, por parte de Francia (con la proclamación del Segundo Imperio y la imposición de un emperador austriaco) y de los Estados Unidos. Las relaciones entre México y su poderoso vecino del norte nunca fueron sencillas: primero la ampliación de los territorios estadounidenses hacia el oeste, a costa de los mexicanos y, después, el intervencionismo de los gringos durante la revolución mexicana propició diferentes ocupaciones territoriales. La última invasión se produjo en 1914, cuando los norteamericanos volvieron a intervenir en territorio mexicano para intentar evitar la importación de armas por parte de una de las facciones revolucionarias, y más concretamente se ocupó la ciudad de Veracruz durante 8 meses. Uno de los episodios más trágicos de esta invasión se produjo justo en el edificio que alberga hoy el Museo y que entonces era la Escuela Naval de la Armada. Cuando las autoridades civiles y militares de Veracruz supieron que las tropas gringas estaban siendo desembarcadas en el puerto, salieron corriendo de la ciudad. Los únicos que opusieron resistencia fueron, precisamente, los cadetes de la Escuela Naval, bajo el mando del comodoro Manuel Azueta. En una sala se ha hecho una reproducido muy conseguida del dormitorio de los cadetes en plena batalla, se oyen disparos y voces, los jóvenes combatientes son figuras recortadas disparando desde las ventanas. En las paredes, fotos de los combates y de las tropas estadounidenses desfilando por el centro de Veracruz.
Salimos de la parte histórica y accedemos a otras estancias dedicadas de nuevo a la Armada mexicana y sus actuales novios y armas. Accedemos por fin al patio central cubierto en el que se ha reproducido en el suelo un mapa del mundo de grandes dimensiones: paseamos sobre mares y continentes, justo delante de la Península Ibérica el dibujo está dañado, es como si la mayor parte de los visitantes, como nosotros, se hubieran detenido en el mismo sitio. Acabamos nuestra visita en la cafetería del Museo donde unos marineros nos atienden amigables, con amplias sonrisas.

https://www.semar.gob.mx/museonavalmexico/index.htm

lunes, 3 de febrero de 2020

Museo Peranakan (Singapur)


Antes de viajar a Asia por primera vez, desconocía por completo la palabra Peranakan (descendiente, en malayo), y, sin embargo, en esta esquina del mundo resulta de cierta relevancia. Aquí, en Singapur y también en Malasia designa a los pobladores chinos llegados a estas costas desde el siglo XV, pero especialmente durante los siglos XVIII y XIX, cuyos descendientes son hoy los habitantes mayoritarios de Singapur y un porcentaje relevante de los malasios, que mezclaron su cocina y costumbres con las de los pobladores locales malayos.
El Museo es un gran edificio de época colonial que luce recién restaurado. Al entrar, lo primero que nos encontramos es una estatua de un blanco inmaculado de la reina Victoria de Inglaterra, subida en un pedestal y a tamaño natural, dando la bienvenida a los visitantes. Recorremos las diferentes estancias y nos topamos con un sinfín de fotografías antiguas y retratos, también con vestimentas y demás recuerdos de la llegada de los chinos a Singapur, así como explicaciones de sus costumbres, su relación con la población malaya originaria y con los colonizadores europeos. Al fin, la cultura Peranakan es el resultado de una mezcla genuina de la cultura china ancestral con aportaciones de los pueblos con los que entró en contacto.
Desde los primeros pobladores chinos de Singapur, que formaron un paupérrimo puerto de pescadores, pasando por los ricos comerciantes que se cobijaron bajo el paraguas del Imperio Británico para desarrollar libremente sus actividades, todos tienen en este Museo un recuerdo. Cada objeto y cada fotografía, lo guardado y expuesto aquí tiene un regusto a pasado irrecuperable; un pasado que, sin embargo, los singapurenses mantienen en su imaginario como cimiento sociocultural y económico de la actual ciudad estado convertida en un emporio mundial.
La reivindicación de la cultura Peranakan también se explica por las sorprendentes circunstancias que llevaron a esta ciudad a convertirse en un país independiente: Singapur entró a formar parte de la federación de Malasia tras su independencia efectiva del Reino Unido en 1963. Sin embargo, las tensiones étnicas entre la minoría malaya y la mayoría china de la ciudad desembocaron en que Malasia decidiera en 1965 expulsar a Singapur de su federación. Un hecho insólito, sin duda, si tenemos en cuenta que las naciones, por nuevas que sean, luchan no solo por mantener intacta y consolidar su unidad territorial, sino incluso por ampliarla. Pero el hecho de que Malasia quisiera castigar a la mayoría china de Singapur, dejando al territorio expulsado en total aislamiento y sin los recursos que provenían del continente, tal vez con la esperanza de que volviera al reducto y salvaguardia de Malasia sin las imposiciones de la etnia china, resultó ser una pretensión errónea. Singapur, que ya de por sí es una isla, aparte de su gente y de su puerto, no tiene ningún recurso natural. Sin embargo, la ciudad se conformó entonces como República independiente y aceptó todo los retos y sacrificios que ello suponía. De tal hecho fue protagonista el primer presidente de Singapur y padre de la nueva patria, Lee Kuan Yew, un personaje con muchas luces y algunas sombras, que gobernó en el país durante décadas. La nueva República, a pesar de que lo tenía todo en contra, nació con la feliz idea de concordia entre sus ciudadanos, fuera cual fuera su raza y religión, e hizo del inglés la primera lengua oficial del nuevo Estado, lo que suponía entrar en la órbita económica del mundo anglosajón, y también que no se imponía el chino a las otras etnias. Al fin, rápidamente Singapur se convirtió en un país de éxito económico, siendo hoy uno de los llamados tigres asiáticos.
Salimos del Museo y volvemos a pasear por el centro financiero de la ciudad. A nosotros toda esta iconografía Peranakan nos ha recordado a la novela El amante, de Marguerite Duras, donde aquellos chinos ricos y refinados de finales del siglo XIX y principios de siglo XX destilaban tradición milenaria, cosmopolitismo y pasión enfermiza por alguna sustancia prohibida como el opio o las jovencitas francesas.


jueves, 2 de enero de 2020

Museo Mural Diego Rivera (Ciudad de México)

Es domingo por la tarde y la Alameda Central de Ciudad de México está repleta de puestos de comida callejera, tiendas improvisadas de todo tipo de cachivaches, desde antigüedades aztecas a máscaras de luchadores; parece que nos encontremos en un inmenso mercadillo o en una feria de pueblo. Además, una multitud de jóvenes y familias pasean ocupando los espacios vacíos entre tenderetes, setos, árboles y fuentes, creando una masa compacta de colores y formas móviles. Se hace difícil avanzar y cuesta encontrar la entrada al Museo Mural Diego Rivera, que es lo que nosotros hemos venido a ver.
Al igual que ocurre con otro mexicano famoso, el músico Agustín Lara, en México hay varios museos dedicados a Diego Rivera y a la que fuera su compañera, Frida Kahlo. Durante la primera mitad del siglo XX si hubo un artista mexicano famoso en el mundo entero ese fue Diego Rivera, mientras que la fama de Frida Kahlo creció tras su fallecimiento, y creo que actualmente ella es mucho más conocida que él, hasta me atrevería a decir que se ha convertido en un icono pop mundial.
Durante las primeras décadas del siglo XX el muralismo fue considerado el arte mexicano por antonomasia, con personalidades como Alfaro Siqueiros, Clemente Orozco  y el propio Rivera entre sus grandes representantes; durante aquella época numerosas instituciones mexicanas e internacionales los contrataban para que usaran sus paredes como lienzos. Esta variante de pintura mural no estaba basada en ninguna corriente artística en concreto sino que las conjugaba todas, según el gusto de cada artista, siempre con las vanguardias artísticas de principios de siglo como base.
Sin embargo el Museo Mural está dedicado en exclusiva a un muralista, y aunque en él se realizan exposiciones temporales en torno a la figura de Rivera, se ideó para albergar una sola de sus obras: el Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central, realizado en 1947 y que estuvo expuesto en el Hotel Prado, de donde tuvo que ser rescatado, debido a que el establecimiento quedó en ruinas tras el terremoto que afectó a la ciudad en 1985, para preservarlo. El mural se trasladó en 1986, en una complicada operación para la que hizo falta construir un armazón de grandes dimensiones, y se colocó en su actual localización sin que el Museo, que se inauguró en 1988, estuviera todavía acabado.
En la taquilla para comprar la entrada nos preguntan si vamos a hacer fotos, porque entonces hay que pagar un suplemento de cinco pesos. Pero no, no tenemos intención de hacer ninguna foto. Así que entramos en la gran sala en la que se encuentra el mural de 15 metros de largo por 4 de alto y, de repente, tenemos la sensación de que el gentío que se agolpaba en la Alameda Central, y que acabamos de dejar atrás, se ha reproducido ante nosotros en un tamaño descomunal. Aunque aquí estamos ante otra multitud, atemporal y más coloristas. En unos de los lados llama nuestra atención una pantalla táctil para poder ir identificando cada una de las figuras que aparecen en el mural, que se divide en tres partes, como un tríptico clásico. En la parte más a la izquierda el autor retrató personajes históricos de la conquista y la época colonial, como Hernán Cortés o Sor Juana Inés dela Cruz; avanzamos hacia la derecha y nos encontramos con los héroes de la independencia mexicana, así como un emperador austriaco, presidentes de la República, reformadores y, finalmente, revolucionarios. En el centro un Diego Rivera niño le coge la mano a la Catrina, la representación mexicana de la muerte vestida de fiesta, formando una triada, tras ellos, su mujer Frida Kahlo. Más atrás dos literatos como Manuel Gutiérrez Nájera y José Martí se saludan levantándose los sombreros. En la tercera sección, a la derecha del mural, aparecen los campesinos de la revolución mexicana, así como representaciones de la justicia y la corrupción.
Mientras nos entretenemos señalando con un puntero cada personaje para saber quién son, vemos entrar a un grupo de personas encabezadas por un señor de apariencia excéntrica, orondo y bigotudo, con traje y sombrero panamá blanco, va explicando en voz alta algunas de las múltiples vicisitudes que ha sufrido el mural a lo largo de su existencia. Habla con engolamiento y gesticula moviendo unos brazos que parecen diminutos al lado de su enorme barriga. Por un momento tengo la sensación de que el mismísimo Diego Rivera ha vuelto a la vida para dar una charla frente a su obra. Gracias a él nos enteremos de la polémica que levantó la inclusión de la frase "Dios no existe" en el dibujo de un pergamino junto al retrato de Ignacio Ramírez, intelectual conocido como el Nigromante, quien al ingresar en la Academia de Letrán, asociación literaria mexicana decimonónica, encabezó su discurso con dicha frase. El escándalo llegó a oídos del arzobispo de Ciudad de México, que había sido invitado a la inauguración del establecimiento hotelero y quien se negó airadamente a acudir a tal evento. Años después, un grupo de estudiantes conservadores dañaron el mural, rascando tanto la frase atea como la cara de Diego Rivera. Al fin, en 1956, el muralista accedió a substituir la frase por otra que dice "Conferencia en la Academia de Letrán, el año de 1836", que hace referencia indirecta a susodicho lema. Curiosamente, tal vez por intervención divina, el gran terremoto de 1985 no afecto a la obra, que se mantuvo intacta en medio de las ruinas del Hotel Prado.

https://museomuraldiegorivera.inba.gob.mx/