Un viaje al rededor de los museos

Museos pequeños, museos con encanto, museos poco conocidos, museos y/o fundaciones de mis artistas o arquitectos favoritos, museos que he tenido el gusto de visitar y que, por diferentes razones, merecerían volver a ser visitados.

Todos los textos y fotos de este blog son autoría y propiedad de Agustín Calvo Galán. Si quieres citarlos o usar las fotos, puedes hacerlo; pero, por favor, indica la procedencia y la autoría. Gracias.

lunes, 27 de marzo de 2023

Museo Nacional Escocés (Edimburgo, Reino Unido)

Llueve en Edimburgo, nada extraño obviamente, así que no apetece demasiado pasearse por el centro histórico, aunque la piedra negra de los edificios brille solemne bajo el manto acuoso, dándoles un aire más irreal, menos rotundo a esta capital de Escocia. Por lo que es un buen día para visitar el Museo Nacional Escocés, que está en el centro de la ciudad y, por añadidura, la entrada en gratuita. No siempre el hecho de que un museo o una actividad sean gratuitos implica un recorrido placentero, más bien a veces ocurre lo contrario y un lugar acogedor a priori, como una institución museística, puede convertirse en un espacio para multitudes o, peor aún, para hordas sin concierto, lo que perjudica seriamente cualquier intento de visita. Con ese temor nos dirigimos hacia el museo.

La idea de Museo Nacional se me antoja, en el mundo anglosajón, una miscelánea cultural o amalgama transfronteriza que todo lo puede abarcar, desde la antigüedad hasta la actualidad, desde todas las formas de arte hasta las investigaciones científicas, a imagen y semejanza del Museo Británico. Aunque en Escocia no encontramos las grandes obras de la antigüedad que los británicos reunieron (por no decir robaron) en Londres de Egipto, Grecia, Roma u otros lugares, colonizados o no por ellos, sino más bien un recorrido más contenido, lo cual no es malo, por la ciencias naturales y la historia.

Lo primero que impresiona en el interior del museo escocés es el propio edificio y, en especial, la gran galería central, su joya de la corona, de metal y vidrio, con tres pisos de altura, que centralizada y guía cualquier visita. El hierro fundido y el techo de cristal dan un aspecto magnífico a este tipo de gallerías que nos retrotraen al siglo XIX, o a la época victoriana en la que la ciencia y la técnica se pusieron al servicio de un progreso que, por aquel entonces, parecía infinito. Nosotros nos quedamos maravillados ante el amplísimo espacio de la galería y, aunque hoy es un día gris y entra poca luz por los lucernarios del techo, nos imaginamos cómo será de impresionante esta gran sala en los días soleados. 

Desde la gran galería central vamos accediendo a los diferentes niveles y espacios. Hoy las familias con niños lo invaden todo y es que este museo tiene mucho de interactivo o lúdico. Me recuerda al antiguo museo de la ciencia de Barcelona. Los niños se arremolinan frente a paneles con juegos que, en realidad, esconcen pequeños trucos o explicaciones sobre algún aspecto científico a aprender. Aquí el tocar se hace perentorio y los niños disfrutan de lo lindo. Nosotros pasamos con cierto desdén entre el griterío de los críos, el aburrimiento de los padres y los plafones con fotos, los materiales didácticos, etc.

A continuación, atravesamos otras salas dedicadas a la historia de Escocia: esculturas, documentos, armas, muebles, vestimentas antiguas, joyas. armaduras, oficios de un país que, podríamos decir, ya no existe. Pero nuestros pasos nos devuelven a las salas de historia natural, pues aún tenemos que ver al animal fantástico más famoso de Escocia y que no es el monstruo del lago Ness (en el que en este museo serio no hay ninguna referencia, por supuesto). Porque lo cierto es que, además de la gran galería, aquí encontraremos la otra "joya" del museo, que atrae todas las atenciones, también la nuestra: la oveja Dolly. Cuando nos encontramos frente a ella, naturalmente disecada para la eternidad y colocada en el interior de una vitrina, nos sentimos algo defraudados, pero es que en el fondo se trata de una oveja como cualquier otra, igual de vulgar como las que hemos ido viendo durante nuestro recorrido por las Tierras Altas, puesto que su única diferencia, o en este caso el morbo, es saber cómo fue "concebida". 

Acabamos nuestro recorrido y volvemos a las calles mojadas de Edimburgo. Parece que, por fin, ha dejado de llover, pero lo mejor será refugiarnos en un pub, como aquí hacen los indígenas.

https://www.nms.ac.uk/national-museum-of-scotland/


miércoles, 1 de marzo de 2023

Museo Runde Ecke (Leipzig, Alemania)



Es lunes en Leipzig: la iglesia de Santo Tomás está abierta pero no el Museo de Bach. Es decir, podemos entrar en el templo en cuyo interior, finalmente, fueron depositados los restos del famosísimo compositor, que falleció en esta ciudad, pero no en su museo. No importa, Leipzig tiene muchas más cosas que ofrecer, además de Bach o de un centro histórico cuidado y lleno de vida. Así, damos un largo paseo hasta un edificio de aciago recuerdo para los ciudadanos de la extinta RDA. En el llamado Runde Ecke estuvo situada la delegación del Ministerio para la Seguridad del Estado en esta capital sajona o, en otras palabras, era el lugar en el que se encontraba la temida policía política del país, llamada Stasi. Por suerte para nosotros, abre también lo lunes. 
Como aquellos años de censura y opresión pasaron y cayó el muró que dividía las dos alemanias y despareció la policía política, hoy este espacio es un museo y también el centro memorial creado por un comité ciudadano para preservar este lugar, así como los archivos que en él se hallaban. Como su nombre en alemán indica, se trata de un edificio que forma una esquina semicircular, construido a principios del siglo XX como oficinas para una gran empresa de seguros.
Entramos y subimos las escaleras que conducen al primer piso, donde se encuentra la exposición permanente, que tiene el título genérico de "Stasi, poder y banalidad". Sin embargo, parece que hemos entrado en un edificio de la administración más que en un museo. No hay nadie en los mostradores del primer piso y todo está en alemán y solo en alemán. Hay dos puertas, una entendemos que da acceso a los archivos ciudadanos, la otra a la exposición. Nos adentramos por esta última y seguimos teniendo la impresión de estar en un edificio de una administración, pero no actual sino detenida en los años 70 del pasado siglo. Aquí descubrimos que no somos los únicos visitantes, hay bastantes personas, todas en un silencio religiosa, visitando estas vetustas instalaciones. Parece incluso que nadie ha pasado quitando el polvo desde que cayó el muro, y un marrón grisáceo, el tiempo acumulado en pequeñas partículas que se han ido depositando con indiferencia, lo cubre todo. 
No importa que no podamos entender los carteles: nos encontramos ante un pasado que conocemos por películas como "Good bye Lenin" o "La vida de los otros" o la más antigua "Cortina rasgada". Recorremos una sucesión de salas llenas de, por ejemplo, maquinas para espiar a aquellos sufridos ciudadanos, como una que abría y cerraba las cartas subrepticiamente, o para escuchar las conversaciones telefónicas, también habitaciones como carteles y demás parafernalia para la propaganda del estado, fotos de los dirigentes comunistas, archivadores gigantes, documentos de identidad, etc. así como las austeras habitaciones con camastros para los detenidos que estaban siendo interrogados. 
Finalmente, algunas salas recuerdan que fue precisamente en Leipzig donde se inició la revolución pacífica de 1989 que cambiaría el mapa de Alemania y de Europa para siempre. Algunas fotos de esas manifestaciones muestran la entrada a este mismo edificio Runde Ecke con una pancarta sostenida por dos personas. Según parece la noche del 4 al 5 de diciembre de 1989 los habitantes de Leipzig ocuparon este edificio pacíficamente. Al día siguiente, esos mismos ciudadanos, formaron el comité para preservar la memoria y los archivos de los años grises de la RDA. Me congratulo de que aquellas personas fueran conscientes de que un estado totalitario en descomposición corre a destruir las huellas de sus atrocidades.
Al salir a la calle, volvemos a la ciudad de hoy, soleada y colorida, llena de presente y de futuro y nos alegramos de poder pasear libremente por ella como lo hizo Bach en su época, sin ser visitantes indeseados o sospechosos de nada, como hubiera ocurrido y sigue ocurriendo en cualquier régimen autoritario.