Un viaje al rededor de los museos

Museos pequeños, museos con encanto, museos poco conocidos, museos y/o fundaciones de mis artistas o arquitectos favoritos, museos que he tenido el gusto de visitar y que, por diferentes razones, merecerían volver a ser visitados.

Todos los textos y fotos de este blog son autoría y propiedad de Agustín Calvo Galán. Si quieres citarlos o usar las fotos, puedes hacerlo; pero, por favor, indica la procedencia y la autoría. Gracias.

miércoles, 31 de enero de 2024

Museo Memorial de la Batalla de Normandía (Bayeux, Francia)









En las localidades próximas a las playas de Normandía, y más concretamente en el Departamento de Calvados, donde se produjo el famoso desembarco que marcó el inicio del fin de la II Guerra Mundial, podemos encontrar una infinidad de testimonios de aquellos años infaustos que devastaron Europa y produjeron los mayores horrores que la humanidad haya conocido a lo largo de los siglos. 
En nuestra visita a Caen ya nos habíamos encontrado, en la llamada Abadía de los Hombre, con dos exposiciones: una con fotos muy conocidas de Robert Doisneau y otra con testimonios materiales y fotográficos del sufrimiento de la población de la ciudad justo antes del desembarco y la liberación de Francia, cuando los aliados bombardearon Caen, ocupada por las tropas alemanas, y la población se refugió en la abadía (al parecer los aliados señalaron aquel lugar con magníficos muros para que se cobijaran, pues era un edificio singular, fácil de identificar desde el aire, sobre el que los aviones no iban a tirar bombas).
Ahora, de nuevo en Bayeux, atravesamos la ciudad y por unos jardines de un verdor espléndido, entre grandes carros de combate y tanques impolutos de la II Guerra Mundial varados como ballenas en la tierra firme, accedemos a la entrada del Museo Memorial de la Batalla de Normandía. El edificio es moderno, casi parece un cuartel o una comandancia militar actual.
Acedemos y enseguida entramos en materia: en la primera sala encontramos identificados a todos los oficiales de mayor graduación que participaron tanto en el lado alemán (defendiendo las posiciones) como en el bando aliado (desembarcando en las playas) durante el llamado día D, también hay planos, maquetas, fotos de las tropas, insignias militares, etc. A continuación vamos accediendo a salas de mayor tamaño, donde a través de mapas e imágenes vamos siguiendo cómo las tropas aliadas ganaban terreno en la costa normanda y en el interior. Las fechas de aquel junio de 1944 aparecen en grandes letras, a medida que avanzamos, así, durante el recorrido, la cronología también avanza con nosotros, pero ya sin expectación por saber cuándo acabará la guerra. Banderas que han perdido su fulgor y colorido, más planos de las playas y las carreteras, maniquís con los diferentes uniformes, parafernalia militar de todo tipo, máscaras de gas, latas antiguas de avituallamiento, objetos que por sí mismo ya cuentan la gran hazaña, pero también las pequeñas historias humanas de aquellos días de hierro, sangre y fuego. De paso, aquí ya encontramos expuestas armas ligeras, cascos, uniformes y más fotografías sobre el famoso desembarco. Al fin, en una gran sala, aparecen los vehículos ligeros, los morteros y demás armamento pesado. En un lateral, nos llaman la atención unas grandes fotografías antiguas de la ciudad de Caen, en unas se muestran la ciudad antes de la guerra y en otras cómo quedó casi completamente destruida. Caen, la mártir, decían los periódicos tras la contienda, detrás, una especie de diorama gigante nos enseña un lugar en ruinas, destruido por los bombardeos y la desbanda de los ocupantes.
En una pequeña sala podemos ver un documental en el que se muestras imágenes de De Gaulle entrando en Bayeux, tras su liberación, y cómo aquí mismo pronunció su primer discurso público en suelo francés. 
Al fin, un poco desorientados o cansados de tantas armas y tanto campo de batalla, ciertamente, la temática militar no nos entusiasma demasiado, salimos del museo.
Preferimos volver a la Francia liberada, la actual, aquí tan deudora de las tropas aliadas, de los canadienses, los británicos y, sobre todo, los estadounidenses que lucharon por sobrevivir ellos mismos en aquel entorno infernal de las playas y que, no sé si conscientes, lucharon por todos nosotros y porque Europa fuera lo que hoy es. Merece la pena recordarlos visitando un museo o en nuestro día a día en libertad.

sábado, 16 de diciembre de 2023

Museo Arqueológico de Estambul (Turquía)


 







Solamente hace falta apartarse un poco de la riada de turistas que se dirigen hacia la entrada del palacio del sultán, el famoso Topkapi, para encontrarse con el magnífico edificio del Museo Arqueológico de Estambul. La primera sorpresa nos la encontramos en los jardines del museo: un rimero de grandes sarcófagos de época clásica, helenística y bizantina se distribuyen frente a la fachada, creando un bosque pétreo impresionante. Todos son magníficos y, seguramente, en otro país estarían dentro del museo y no fuera. Pero este museo tiene tantísimas obras excepcionales que, efectivamente, estos sarcófagos no tienen un lugar destacado en la historia o en la historia del arte y, por tanto, pueden quedarse a la intemperie.

Así es, este museo se encuentra junto al palacio de Topkapi porque su construcción fue promovida por los sultanes otomanos, a finales del siglo XIX, para dar cabida a la gran cantidad de colecciones arqueológicas que iban llegando desde todo aquel imperio a la capital en la gran época de los descubrimientos arqueológicos. Cabe decir que la actual Turquía es solo una parte de aquel basto imperio gobernado desde aquí, que cayó, como tantos otros, con la I Guerra Mundial. También, podríamos decir que, el tiempo trascurrido desde la creación de la moderna república (que trasladaría la capitalidad a otra ciudad turca), es solo una pequeña fracción en la historia de estos vastos territorios. Así que en el museo podremos encontrar algunos de los vestigios más significativos de las antiguas culturas que convivían o se fueron sucediendo o lucharon entre ellas en los espacios que dominó el Imperio Otomano, especialmente en Asia Menor y el Próximo Oriente. 

Al penetrar en el museo lo primero que nos encontramos es una lección pétrea y de calidad excepcional de la historia de la escultura griega: desde los arcaicos kuroi y korai vamos avanzando hacia el clasicismo más idealizando y, un poco más adelante, nos adentramos por el manierismo avant la letre de las obras de época helenística. Cada una de las estatuas aquí expuestas es de una importancia capital. Uno no puede dar un vistazo general y seguir hacia la siguiente sala, debe detenerse y admirar los detalles y dejarse llevar por una profunda impresión: deleitarse con algunos de los fundamentos del arte, y por extensión de la cultura occidental, que colocaron al ser humano como medida de todo.

Después de recorrer con admiración la gran colección de escultura griega antigua, todo lo demás podría parecer superfluo; pero debemos seguir adelante dispuestos a descubrir otras maravillas. Porque quedan más cosas excepcionales dentro del museo; las buscamos: el llamado sarcófago de Alejandro, con unos bajorrelieves fantásticos en los que se narran diferentes batallas de las campañas del macedonio en Asia; o las colecciones provenientes del yacimiento que, según Schliemann, había sido la antigua Troya (tema arqueológico cuya discusión dio para mucho en el pasado y que hoy parece olvidado u obviado en el apartado de los mitos). 

Seguimos nuestro recorrido y volvemos a maravillarnos ante los fragmentos aquí conservados de las puertas de Babilonia, con frisos de leones y grandes toros babilónicos, así como con la colección de objetos y bajorrelieves hititas, pertenecientes al enigmático pueblo que se enfrentó a los antiguo egipcios en una de las batallas más famosas de la antigüedad: Qadesh, de la que ambos bandos se consideraron vencedores, pero que acabó con el tratado del mismo nombre, nada más y nada menos que el primer tratado de paz conocido de la historia de la humanidad. Aquí es encuentran, precisamente unos pedazos de una gran tablilla que contenían la versión en lengua hitita (en escritura cuneiforme) del tratado.

Hay muchas más salas para colecciones de otras culturas anatolias, tracias, bizantinas, etc. Al fin, las plantas superiores, las colecciones de cerámica, tapicería, azulejos y arte otomano de diferentes épocas no despiertan tanto interés para nosotros.

Al salir a la soleada Estambul, entre los jardines que dan acceso del palacio de Topkapi, nos volvemos a topar con la riada de turistas que avanzan hacia la entrada del palacio. Ahora nosotros vamos en dirección contrario, de nuevo al encuentro de la ciudad milenaria, moderna, vetusta, ajada, febril, siempre nueva y antigua, puerta entre oriente y occidente, internacional y bicontinental y construida sobre capas infinitas, una ciudad eterna como Roma.

https://muze.gen.tr/muze-detay/arkeoloji


martes, 24 de octubre de 2023

Museo del Tapiz de Bayeux (Bayeux, Francia)


Desde mi época de estudiante de historia en la Universidad de Barcelona he querido ver el Tapiz de Bayeux, también conocido como Tapiz de la reina Matilde. Y, por fin nos encontramos en Normandía, concretamente en una ciudad pequeña y escondida, cuyo nombre resuena a través de los siglos gracias a una tela tejida con un pedacito de la Historia de Europa. Así, nos acercamos al antiguo seminario de Bayeux, desde 1983 convertido en centro Guillermo el Conquistador para exponer, precisamente, el famoso tapiz. 

Al entrar en el patio del gran edificio neoclásico que forma el museo, enseguida nos damos cuenta de que, poco a poco, van accediendo, al igual que nosotros, pequeños grupos de personas que enseguida formamos una colorida cola frente a las taquillas. Me percato entonces de que aquí vienen personas de toda Europa y de todo el mundo a ver este pequeño gran testimonio conservado, milagrosamente, del pasado: detrás de nosotros oigo como una pareja habla alemán, delante tenemos unos ingleses. Más adelante oigo también como una pareja de personas negras están comprando sus entradas, les preguntan su procedencia y contestan que de Curaçao -al parecer, en español se ha de llamar Corazao a esta pequeña isla neerlandesa junto a las costas de Venezuela, pero yo prefiero mantener la grafía en papiamento, que para algo es uno de los pocos creoles del español existentes en el mundo-. Cuando nos toca a nosotros tengo que decir un, tan poco exótico, d'Espagne.

Con nuestras entradas en la mano seguimos por un largo pasillo hacia la zona en la que se nos entrega la audioguía imprescindible. Nos preguntan en qué idioma la queremos, hay 16 disponibles: en espagnol s'il vous plait. A continuación accedemos a la sala, casi a oscuras, en la que se encuentra el tapiz iluminado detrás de un cristal. 70 metros de tela nos contemplan. Los visitantes, sus lenguas y colores de piel, desaparecen: en ese lugar solo existe esta tela alargada o apaisajada. Como todo el mundo va oyendo su audioguía, hay un silencio eclesiástico lleno de murmullos muy apropiado para un lugar que antes había sigo un seminario. El tapiz está bordado con las escenas, en un continuum sin cortes, de unos acontecimientos que sucedieron hace mil años: la conquista de Inglaterra por parte del duque de Normandía, Guillermo el Conquistador. Nos fijamos en la finura y la destreza simplificadora de las escenas bordadas, en las caritas de los diferentes personajes -parece que estamos ante un cómic más que ante un tapiz medieval-, especialmente los caballos están tan sorprendentemente bien perfilados, que su protagonismo es arrebatador: son imponentes.

Al fin, la batalla de Hastings. Entonces recuerdo las palabras con las que nuestra profesora de Historia Medieval, Blanca Garí, comenzó su lección el primer día de clase: 14 de octubre de 1066, las tropas normandas de Guillermo el Conquistador se preparan para la batalla más decisiva de su tiempo. Recuerdo sus clases con emoción y entusiasmo, gracias a ella estamos hoy frente a este tapiz historiado, en un museo dedicado exclusivamente a él. Constato también que ninguna fotografía, por buena que sea, se puede substituir por estar frente a la tela misma y ver la profundidad, las texturas, los hilos, las manchas del tiempo, su inquebrantable fragilidad: la pátina de lo siglos. 

Tras recorrer todo el tapiz subimos a un piso superior donde se ofrecen algunas informaciones sobre la época en que se creo, así como la intrahistoria de su larga existencia. Al parecer, hasta el siglo XVIII se exponía dos veces al año en la catedral de Bayeux. Durante la revolución francesa fue confiscado y escondido para evitar su destrucción. Después Napoleón pediría que se lo trajeran a su palacio de Paris a principios del siglo XIX, tal vez como propaganda para preparar una invasión de Inglaterra. Después fue devuelto a Bayeux y durante varias décadas se estuvo exponiendo una vez al año en el ayuntamiento de la ciudad. Pero ya a mediados del siglo XIX se expuso permanentemente en la sala llamada de la reina Matilde (esposa de Guillermo el Conquistador). Al comienzo de la II Guerra Mundial el ayuntamiento de Bayeux guardó el tapiz en un lugar seguro, pero en 1944, justo antes del comienzo de la batalla de Normandía, los alemanes lo reenviaron al museo del Louvre, tal vez con la intención de llevárselo a Alemania. Tras la liberación de Francia, el tapiz estuvo expuesto un una sala del Louvre antes de ser devuelto a Bayeux.

Al salir, el sol del verano nos deslumbra durante un instante en las calles empedradas de esta ciudad milenaria. La emoción de haber estado frente a algo extraordinario, sin embargo, perdurará indefinidamente en el tiempo. 

 https://www.bayeuxmuseum.com/la-tapisserie-de-bayeux/

viernes, 8 de septiembre de 2023

Museo de Historia de Hamburgo (Hamburgo, Alemania)

Salimos del famoso barrio de Sant Pauli como almas que lleva el diablo. Al parecer, hay partido de futbol en el estadio del equipo local y solo hemos visto multitudes, con las típicas camisetas negras de reminiscencia pirata, aquí convertidas en uniformes, de borrachos por las calles o en bares cutrísimos como hace tiempo que no se ven en España. Así nos alejamos del conocido barrio crápula de Hamburgo muy decepcionados, y nos adentramos en un gran parque, donde encontramos un reducto de paz y naturaleza y también el Museo de Historia de Hamburgo, un inmenso edificio de ladrillo rojo con grandes ventanales que, tal vez, nos permita reconciliarnos con esta vibrante ciudad de Alemania.

Junto a la entrada hay un grupo animado de jóvenes esperando, tal vez sean alumnos de algún instituto hamburgués. Decidimos adelantarnos y corremos a entrar. Tras un hall inmenso y mal iluminado, nos adentramos en unas grandes salas dedicadas a maquetas de barcos antiguos. Indudablemente, esta ciudad fue uno de los centros comerciales de la liga hanseática que dominó los mares del norte de Europa durante varios siglos. Aquí, las maquetas tiene un tamaño descomunal, es decir que no están dentro de botellas sino de grandes hornacinas de vidrio. A continuación subimos por unas grandes escaleras y llegamos a diferentes salas dedicadas a la historia de la ciudad, con aspectos como la moda, la música y el teatro, la reforma protestante, o la evolución de la comunidad judía. En varias salas nos topamos con los interiores de una casa de ricos comerciantes del siglo XVIII y XIX. 

De repente, tras pasar por estos espacios de mobiliarios, decoraciones, pinturas y elementos varios, llegamos a una sala ocupada con una maqueta descomunal de ferrocarril. Nos fijamos en los carteles, aunque están solo en alemán. y entendemos que a unas horas determinadas los pequeños trenes que pueblan este mundo diminuto se ponen en marcha. En diez minutos comienza una sesión, así que esperamos, entretenidos, recorriendo la maqueta, fijándonos en los detalles que la pueblan: trenes de todo tipo, antiguos y nuevo, estaciones completamente equipadas -con el nombre de algunas estaciones hamburguesas-, pequeñas figuras simulando personas en los andenes y también dentro de los vagones. Al fin, de repente entra en la sala un señor ataviada con una gorra de ferroviario, accede al interior de la maqueta por una puertecita y se sube a la sala de mandos, que se encuentra justamente en el centro de la sala, sobre las vías. Entonces los trenes encienden sus luces, los antiguos de vapor comienzan a echar un hilo de humo por sus chimeneas; el presunto ferroviario coge un micrófono y comienza a explicar algunas cosas que, por supuesto, no entendemos. Entonces entran algunos escolares de diferentes edades. Los trenes se ponen en marcha. Es cierto, aquí nos sentimos como unos niños, viendo absortos el pasar de los trenes, junto a los niños alemanes de hoy en día que miran con cierto desdén este reducto virtual pero no digital. Ellos tan solo le dedican unos instantes a esta maqueta, nosotros nos deleitamos y perdemos por unos instantes la noción del tiempo. 

Pero se está haciendo tarde y en unas horas tenemos coger el avión que nos devolverá a casa, así que nos alejamos de la gran maqueta llena de un Hamburgo diminuto. Bajamos por unas amplias escaleras, mientras dejamos atrás la voz monótona en alemán, los ruiditos de los trenes en marcha y los pitidos anunciando que sele un nuevo tren de la estación. En el piso inferior entramos en las salas dedicadas al siglo XX, aquí podemos ver en fotos, carteles, publicaciones, etc. como al ciudad de Hamburgo pasó del cielo al infierno, de ser el puerto más próspero de Alemania a convertirse en un campo de escombros tras los bombardeos aliados durante la II Guerra Mundial No se obvia, por supuesto, el periodo nazi: las manifestaciones de entusiasmo ciudadano junto a las cruces gamadas, etc. cosas que ya conocemos de sobra, así salimos del museo y volvemos al sol de las calles en esta mañana de despedida de Hamburgo. Este museo inabarcable nos ha entretenido y nos ha proporcionado una amplísima visión de una ciudad que ha vuelto a ser puerta de Alemania al mundo.

https://www.shmh.de/museum-fuer-hamburgische-geschichte/

sábado, 5 de agosto de 2023

Museo del Ara Pacis (Roma, Italia)

 

Roma es la ciudad eterna, y es también la ciudad inabarcable. Capital de la Italia moderna y, sin embargo, ya lo dijo Montaigne en sus Ensayos, un francés o un español nunca se sentirán extranjeros en Roma por ser la cuna de los países latinos; a lo que yo añadiría, humildemente, que en ella no solo los pueblos de habla romance sino toda la civilización occidental tiene su origen y su punto de referencia. 
Miles de años de historia se van acumulando, capas sobre capas, para formar la ciudad actual. Son tantos los acontecimientos, tantos los monumentos y obras artísticas, que necesitaríamos toda una vida para recorrerla. No obstante, el visitante ocasional, puede hacer un recorrido parcial, poniendo el énfasis en lo que más le interese. Así, si nos centramos en la Roma arqueológica y, más concretamente, en el surgimiento del imperio romano y su consolidación a través de la llamada Pax Romana, debemos visitar ineludiblemente el Museo del Ara Pacis.
El Ara Pacis Augustae fue construido entre los años 13 y 9 a.C. como una forma de conmemorar las victorias del primer emperador de Roma, Augusto, en Hispania y Galia, que supusieron la consolidación del poder romano en todo el Mediterráneo occidental. Con ello, el gran éxito propagandístico de Augusto fue aquí celebrar y divinizar a la paz y no a la guerra. El templo, con el paso de los siglos, fue reducido a escombros y parte de sus piedras se reutilizaron para levantar otras edificaciones. No sería hasta principios del siglo XX cuando se redescubriera y comenzara su reconstrucción, que tuvo su momento álgido gracias a los esfuerzos, en sus intentos de asimilación, de Mussolini por recuperar monumentos romanos.
El templo vivió un segundo renacimiento cuando en 1995 fue incluido dentro de un edificio más amplio, obra del norteamericano Richard Meier, para su mejor preservación: el Museo del Ara Pacis, junto al Tíber.
El museo está diseñado para hacer resaltar el altar, pues se trata de una especie de galería alargada cuyas fachadas son casi totalmente acristaladas, lo que permite que la luz natural lo invada todo. El templo atrae enseguida nuestras miradas por su blancura impoluta. Realizado en mármol de Carrara, tiene una sencillez estructural sorprendente: un rectángulo elevado de dimensiones relativamente pequeñas, con una entrada y una salida. Lo que realmente resalta y llama enseguida nuestra atención es la decoración interior y exterior. Visualmente divididos en frisos, la finura tanto de los bajorrelieves florales como la representación de personas (Augusto y su familia) es de una gran perfección: belleza y naturalismo se dan aquí la mano. Nos encontramos ante un gran monumento de la antigüedad pero, en contraste con otros, no por su tamaño, sino por los detalles y la calidad de la decoración. 
Al salir, nos fijamos en los muros laterales que forman la base del edificio del museo: una parte está recubierta por textos latinos, las letras labradas en la piedra nos permiten admirar su bella simplicidad práctica, y nos recuerda la permanencia y actualmente el triunfo de la cultura romana en el mundo a través de la expansión casi universal del alfabeto latino.


lunes, 3 de julio de 2023

Museo Cerralbo (Madrid)











Atravieso la remodelada plaza de España de Madrid en dirección al cercano Museo Cerralbo. Reflexiono sobre la ciudad, porque toda gran ciudad está siempre renovándose, cambiando, reinventándose; en cambio me dirijo a un lugar petrificado en el tiempo.

Por fuera, el edificio que contiene el Museo Cerralbo no parece diferente al resto de edificaciones del entorno. Pero, en cuanto traspaso su gran puerta en la fachada, me encuentro en el interior de una casa singular. No podía ser de otra manera, pues aquí se conserva, digamos, intacto una parte del Madrid de finales del siglo XIX, esa época tan convulsa y determinante para la historia contemporánea de España. Este lugar fue la residencia de una familia aristocrática: los marqueses de Cerralbo. Más concretamente, aquí vivió el XVII marqués de Cerralbo, Enrique de Aguilera y Gamboa (1875-1922), político carlista, Grande de España, historiador, promotor de las artes y las excavaciones arqueológicas, quien donó al estado, a su muerte, el edificio y las obras que en él se encuentran para que su patrimonio y memoria fueran preservados de la mejor manera posible.

Lo primero que resalta es la gran escalera que permite a los visitantes moverse entre los tres niveles de la casa. Mientras subo las escaleras, me percato de que dos hombres rubios, de cierta edad, asciende tras de mí. Los oigo hablar y deduzco que son neerlandeses. Curiosamente, me fijo en uno de los grandes cuadros de batallas navales que cuelgan en el hueco de la escalera; tiene una inscripción en grandes letras, donde pone, para mi sorpresa: derrota de la armada holandesa por el conde de Alcudia. Llego al final de la escalera, en la parte más alta, pero me quedo cerca, disimulando, para ver la reacción de los dos visitantes que me siguen, me ha parecido entender que uno de ellos hablaba español. Efectivamente, cuando llegan a la altura del cuadro, ambos se quedan mirando la pintura, entonces oigo como leen: derrota de la armada holandesa, y repiten varias veces en voz alta la palabra "derrota" como si no comprendieran muy bien su significado, intentando pronunciar correctamente la erre doble española. He de continuar el recorrido, pero no puedo evitar echarle un último vistazo a los holandeses: están petrificado en medio de la escalera.

Recorro la primera planta, impresiona y me agobia tanta decoración. Aquí todo se acumula en una especie de horror vacui muy de la época; o tal vez sería mejor hablar de abigarramiento o de pastiche atemporal, pues lo neoclásico se une a lo barroco en un continuo sin transición. Joyas, libros, muebles, portadas de periódicos enmarcadas, árboles genealógicos, vitrinas llenas de objetos inclasificables, esculturas, armas de fuego de varios tipos y pinturas, salas de lectura, despacho, biblioteca, habitaciones, maderas nobles, lavabo escondido, galería y la famosa sala de baila por la que "el todo Madrid" pasó y disfrutó entre espejos, lámparas de araña, mármoles y dorados. Al parecer, aquí sonaban valses y polcas mientras la armada española era derrotada y humillada en Cuba y Filipinas.

Sin embargo, me tengo que sobreponer al cúmulo de decoraciones y apreciar algunas de las joyas de la colección de pintura que cuelgan de las paredes, como una Inmaculada de Zurbarán o un San Francisco de el Greco. Sin duda, una parte del conservadurismo del marqués de Cerralbo le llevó a convertirse en amante de la historia y en coleccionista de arte. Nos queda ese legado para imaginarnos una época de luces y pérdidas. 

Acabo mi recorrido y retorno a las calles del Madrid de hoy. Una lluvia fina se ha abalanzado sobre la ciudad. Muy cerca, tras la transparencia acuosa, veo los colores cálidos del colosal Palacio Real. 

https://www.culturaydeporte.gob.es/mcerralbo/home.html

http://www.fundacionmuseocerralbo.es/

jueves, 1 de junio de 2023

Museo Monumento Sant Nikolai (Hamburgo, Alemania)

 

En la silueta de Hamburgo sobresalen muchas agujas o torres, desde la civil del ayuntamiento, pasando por los campanarios de varias iglesias en el centro de la ciudad. Hoy esta capital portuaria muestra un esplendor urbano que mezcla perfectamente canales y calles, clasicismo y modernidad, puentes y grúas portuarias, justo en la desembocadura del río Elba, en una mezcla de épocas y estilos arquitectónicos que culminan o se resumen con el nuevo y espectacular edificio de la Elbphilarmonie, orgullo de Hamburgo y de toda Alemania. 
Sin embargo, en medio de la trama urbana sobresale un campanario: el de una iglesia en ruinas. Se trata de la torre de Sant Nikolai. Al igual que pasa en Berlín con la iglesia Memorial del Káíser Guillermo, este edificio no se reconstruyó al acabar la II Guerra Mundial para que se convierta el recuerdo imborrable de los momentos más terribles de la historia de Alemania.
En el siglo XII se construyó una pequeña capilla a San Nicolás cerca del puerto de Hamburgo, patrón de marinero y viajeros. Durante el transcurso de los siglos la iglesia se fue agrandando, hasta que en el siglo XIX, tras un pavoroso incendio, fue reconstruida según la moda neogótica que provenía de Inglaterra. Durante los bombardeos aliados que sufrió Hamburgo en 1943 la iglesia quedó severamente dañada. Las ruinas actuales son el fruto de aquellos momentos de horror, y se han convertido en testimonio físico de ello y también documental, pues en su cripta (la única parte que quedó intacta tras la guerra) se ha creado un museo a tal fin. 
Nos acercamos a las ruinas de la iglesia. Para nuestra sorpresa, descubrimos que el campanario se ha restaurando y se ha instalado un moderno ascensor para subir a la parte más alta de la aguja: el carrillón. Al comprar la entrada para subir en el ascensor nos informan de que también nos servirá para bajar al museo. Es decir que por unos módicos 5 euros tenemos acceso al mirador de la torre y al museo conmemorativo.
Subimos primero en el moderno ascensor acristalado, que asciende por la esbelta y viaje torre gótica, hasta la parte más alta, desde donde podemos admirar, en 360 grados, unas vistas espectaculares de todo Hamburgo junto a otros visitantes. A continuación, tras bajar al nivel de la calle, descendemos por unas escaleras hacia la entrada del museo. De repente, nos encontramos en medio de un silencio monacal, aquí somos los únicos visitantes. Las luces atenuadas nos encaminan hacia las diferentes salas. Primero se nos explica la historia de la iglesia misma, a continuación accedemos a una sala dedicada a la ciudad de Hamburgo durante los años del nazismo previos a la guerra. Aquí vemos diferentes fotos y carteles de la época: la interferencia del nazismo en todos los ámbitos de la vida alemana está aquí muy presente, tanto a través de la propaganda, como por el comienzo de las leyes raciales y las deportaciones. En las siguientes salas ya se hace referencia a Hamburgo durante la guerra, y especialmente podemos observar fotos sobre el resultado de los bombardeos aliados sobre la ciudad. La destrucción prácticamente total del centro sobrecoge. Únicamente se respetó el edificio del ayuntamiento puesto que su torre servía de guía a los pilotos de los bombarderos. 
Al salir de nuevo a la luz del día, seguimos  paseando por las animadas calles de Hamburgo, aunque de vez en cuando nos topamos con pequeñas placas metálicas incrustadas en las aceras, en ellas se han inscrito los nombres de las personas deportadas (o asesinadas allí mismo) que vivía en aquellos edificios antes de la guerra. Es admirable el esfuerzo de la Alemania moderna por no olvidar cómo las alucinaciones, la política y los horrores de los nazis (junto a la enajenación de todo la población alemana) fueron la causa directa de la destrucción material y moral de su propio país y de casi toda Europa.