Un viaje al rededor de los museos

Museos pequeños, museos con encanto, museos poco conocidos, museos y/o fundaciones de mis artistas o arquitectos favoritos, museos que he tenido el gusto de visitar y que, por diferentes razones, merecerían volver a ser visitados.

Todos los textos y fotos de este blog son autoría y propiedad de Agustín Calvo Galán. Si quieres citarlos o usar las fotos, puedes hacerlo; pero, por favor, indica la procedencia y la autoría. Gracias.

jueves, 2 de enero de 2020

Museo Mural Diego Rivera (Ciudad de México)

Es domingo por la tarde y la Alameda Central de Ciudad de México está repleta de puestos de comida callejera, tiendas improvisadas de todo tipo de cachivaches, desde antigüedades aztecas a máscaras de luchadores; parece que nos encontremos en un inmenso mercadillo o en una feria de pueblo. Además, una multitud de jóvenes y familias pasean ocupando los espacios vacíos entre tenderetes, setos, árboles y fuentes, creando una masa compacta de colores y formas móviles. Se hace difícil avanzar y cuesta encontrar la entrada al Museo Mural Diego Rivera, que es lo que nosotros hemos venido a ver.
Al igual que ocurre con otro mexicano famoso, el músico Agustín Lara, en México hay varios museos dedicados a Diego Rivera y a la que fuera su compañera, Frida Kahlo. Durante la primera mitad del siglo XX si hubo un artista mexicano famoso en el mundo entero ese fue Diego Rivera, mientras que la fama de Frida Kahlo creció tras su fallecimiento, y creo que actualmente ella es mucho más conocida que él, hasta me atrevería a decir que se ha convertido en un icono pop mundial.
Durante las primeras décadas del siglo XX el muralismo fue considerado el arte mexicano por antonomasia, con personalidades como Alfaro Siqueiros, Clemente Orozco  y el propio Rivera entre sus grandes representantes; durante aquella época numerosas instituciones mexicanas e internacionales los contrataban para que usaran sus paredes como lienzos. Esta variante de pintura mural no estaba basada en ninguna corriente artística en concreto sino que las conjugaba todas, según el gusto de cada artista, siempre con las vanguardias artísticas de principios de siglo como base.
Sin embargo el Museo Mural está dedicado en exclusiva a un muralista, y aunque en él se realizan exposiciones temporales en torno a la figura de Rivera, se ideó para albergar una sola de sus obras: el Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central, realizado en 1947 y que estuvo expuesto en el Hotel Prado, de donde tuvo que ser rescatado, debido a que el establecimiento quedó en ruinas tras el terremoto que afectó a la ciudad en 1985, para preservarlo. El mural se trasladó en 1986, en una complicada operación para la que hizo falta construir un armazón de grandes dimensiones, y se colocó en su actual localización sin que el Museo, que se inauguró en 1988, estuviera todavía acabado.
En la taquilla para comprar la entrada nos preguntan si vamos a hacer fotos, porque entonces hay que pagar un suplemento de cinco pesos. Pero no, no tenemos intención de hacer ninguna foto. Así que entramos en la gran sala en la que se encuentra el mural de 15 metros de largo por 4 de alto y, de repente, tenemos la sensación de que el gentío que se agolpaba en la Alameda Central, y que acabamos de dejar atrás, se ha reproducido ante nosotros en un tamaño descomunal. Aunque aquí estamos ante otra multitud, atemporal y más coloristas. En unos de los lados llama nuestra atención una pantalla táctil para poder ir identificando cada una de las figuras que aparecen en el mural, que se divide en tres partes, como un tríptico clásico. En la parte más a la izquierda el autor retrató personajes históricos de la conquista y la época colonial, como Hernán Cortés o Sor Juana Inés dela Cruz; avanzamos hacia la derecha y nos encontramos con los héroes de la independencia mexicana, así como un emperador austriaco, presidentes de la República, reformadores y, finalmente, revolucionarios. En el centro un Diego Rivera niño le coge la mano a la Catrina, la representación mexicana de la muerte vestida de fiesta, formando una triada, tras ellos, su mujer Frida Kahlo. Más atrás dos literatos como Manuel Gutiérrez Nájera y José Martí se saludan levantándose los sombreros. En la tercera sección, a la derecha del mural, aparecen los campesinos de la revolución mexicana, así como representaciones de la justicia y la corrupción.
Mientras nos entretenemos señalando con un puntero cada personaje para saber quién son, vemos entrar a un grupo de personas encabezadas por un señor de apariencia excéntrica, orondo y bigotudo, con traje y sombrero panamá blanco, va explicando en voz alta algunas de las múltiples vicisitudes que ha sufrido el mural a lo largo de su existencia. Habla con engolamiento y gesticula moviendo unos brazos que parecen diminutos al lado de su enorme barriga. Por un momento tengo la sensación de que el mismísimo Diego Rivera ha vuelto a la vida para dar una charla frente a su obra. Gracias a él nos enteremos de la polémica que levantó la inclusión de la frase "Dios no existe" en el dibujo de un pergamino junto al retrato de Ignacio Ramírez, intelectual conocido como el Nigromante, quien al ingresar en la Academia de Letrán, asociación literaria mexicana decimonónica, encabezó su discurso con dicha frase. El escándalo llegó a oídos del arzobispo de Ciudad de México, que había sido invitado a la inauguración del establecimiento hotelero y quien se negó airadamente a acudir a tal evento. Años después, un grupo de estudiantes conservadores dañaron el mural, rascando tanto la frase atea como la cara de Diego Rivera. Al fin, en 1956, el muralista accedió a substituir la frase por otra que dice "Conferencia en la Academia de Letrán, el año de 1836", que hace referencia indirecta a susodicho lema. Curiosamente, tal vez por intervención divina, el gran terremoto de 1985 no afecto a la obra, que se mantuvo intacta en medio de las ruinas del Hotel Prado.

https://museomuraldiegorivera.inba.gob.mx/