Un viaje al rededor de los museos

Museos pequeños, museos con encanto, museos poco conocidos, museos y/o fundaciones de mis artistas o arquitectos favoritos, museos que he tenido el gusto de visitar y que, por diferentes razones, merecerían volver a ser visitados.

Todos los textos y fotos de este blog son autoría y propiedad de Agustín Calvo Galán. Si quieres citarlos o usar las fotos, puedes hacerlo; pero, por favor, indica la procedencia y la autoría. Gracias.

lunes, 2 de diciembre de 2019

Parque Arqueológico y Museo de Gavà (Barcelona)

Tras pasar junto a un grupo de gente que hace cola frente a una churrería llegamos a la entrada al Parque Arqueológico de las Minas de Gavà. La gran infraestructura moderna y de diseño que alberga el parque prehistórico contrasta dramáticamente con la monotonía de los bloques de pisos que la rodean y ocultan. Además, uno esperaría que la entrada a una mina de la antigüedad estuviera en cualquier lugar menos en medio de un barrio populoso. Aquí no hay nadie esperando, así que en cuanto llega Eduardo entramos en el edificio.
Gavà creció desmesuradamente durante los años del desarrollismo, como tantas otras ciudades dormitorio en torno a Barcelona, para acoger a los miles de emigrantes que llegaban de otras partes de España. Fue entonces cuando se comenzó a urbanizar la zona llamada Can Tintoré, a mediados de los años setenta del pasado siglo, y se descubrieron una serie de pozos profundos y galerías en el subsuelo que, rápidamente, fueron identificados como de época prehistórica. Los arqueólogos estuvieron desde entonces y hasta mediados de los años noventa excavando y estudiando el yacimiento. Al finalizar sus trabajos se comenzó a dar forma al complejo del Parque Arqueológico, que se inauguró en el 2007, para permitir no solo su conservación sino también su divulgación y visita a unas minas únicas en toda Europa por su antigüedad.
Iniciamos nuestro recorrido con la esperanza no solo de un descenso hacia las profundidades sino hacia un pasado muy remoto. Pero lo primero que encontramos es una serie de cubículos donde podemos ir viendo audiovisuales en torno a la vida de nuestros ancestros prehistóricos, se nos explica cómo cazaban, cómo curtían la piel, cómo hacía puntas de flecha y hachas de piedra, cómo daban forma a la cerámica, y cómo y porqué comenzaron a excavar y explotar estas minas. También encontramos explicaciones del entorno de esta zona en época neolítica, durante el periodo en el que estuvo en explotación la mina (hace unos 6.000 años) hasta que se cubrió y desapareció cualquier recuerdo de su existencia, todo con un cariz muy educativo. Cuando, por fin, parece que vamos a entrar en el yacimiento propiamente dicho, nos encontramos que solo podemos ver una serie de pozos y galerías desde la parte superior. No obstante, como substituto, en el Parque se ha construido la reproducción de una sección subterránea de la mina. Tras ponernos y ajustarnos unos cascos amarillos de mineros, un atrezzo muy adecuado, especialmente para Eduardo por su considerable altura, bajamos por unas escaleras a unas galerías muy bien ambientadas. Unas luces convenientemente colocadas nos van descubriendo los diferentes hitos de la mina: se descubrió que algunas galería en desuso fuero utilizadas para realizar enterramientos y, por otro lado, se han colocado vetas de los diferentes materiales que se podían extraer de las minas, especialmente de la variscita, un aluminofosfato de tonalidades verdosas que se usó exclusivamente para realizar adornos.
Yo salgo del Parque Arqueológico un poco decepcionado por no haber podido entrar en las minas verdaderas. No obstante tenemos la oportunidad de ver la auténtica joya de la corona encontrada en este yacimiento, la llamada Venus de Gavà, en el museo de la localidad. Tras un breve paseo, llegamos a la entrada de la Torre Lluc, una antigua casa señorial convertida en museo en 1975. En la planta baja, una exposición temporal de pinturas en homenaje a Leonardo da Vinci, algunas pretendidamente sofisticadas y otras de trazo infantilista, me produce algo de vergüenza ajena. Al fin, en la planta superior podemos encontrar la exposición permanente: un paseo por la historia de la localidad a través de su paisaje, usos y oficios, hasta llegar a la actualidad, con algunas fotos y vestigios de la Guerra Cívil y del arrollador crecimiento urbano de los años sesenta y setenta. En la sección prehistórica nos encontramos con cerámicas encontradas en la mina, así como un cráneo trepanado. En una hornacina y sobre un pequeño pedestal se expone la Venus. Se trata de una pieza cerámica de pequeño tamaño y en color negro, encontrada a trozos en varios niveles del yacimiento y reconstruida. Destacan sus grandes ojos y sus pechos puntiagudos, así como unos bracitos que rodean su vientre. Los estudiosos han interpretado que se trata de la representación de una diosa embarazada, una divinidad de la fertilidad, muy común de la época neolítica y emparentada con otras figurillas similares encontradas por toda Europa como la venus de Willendorf o la de Lespugue. A pesar de su rudimentaria apariencia tiene la expresividad de lo auténtico.
Al salir del Museo vemos terrazas llenas de gente y recordamos que es sábado, la hora del aperitivo. Nosotros acabamos nuestra visita a la localidad comiendo una excelente paella en el restaurante de unas pistas de pádel. Es cierto, concluimos, en Gavà las cosas interesantes está siempre en lugares inesperados.

http://www.patrimonigava.cat/es

jueves, 7 de noviembre de 2019

Museo Nacional de Antropología (Ciudad de México)

Dejamos atrás el imponente Paseo de la Reforma y nos adentramos en el Bosque de Chapultepec. Este bosque, cuyo nombre hace referencia a los pequeños saltamontes o, como los llaman en México, chapulines (palabra procedente del náhuatel) es, en realidad, un inmenso pulmón verde, en medio de la mastodóntica Ciudad de México, donde podemos encontrar, además de lagos y zonas arboladas, un zoológico y un parque de atracciones, también un castillo o palacio que fue la residencia de los malogrados Maximiliano de Habsburgo y Carlota de Bélgica cuando pretendían ser los emperadores de México. Nosotros vamos directamente al Museo Nacional de Antropología.
En la explanada, frente a la fachada del Museo, una gran bandera mexicana nos da la bienvenida. Hoy es domingo y, al parecer, los mexicanos pueden entrar gratis en los museos públicos. Compramos nuestras entradas y accedemos al interior en medio de una algarabía de familias mexicanas. El edificio que alberga el Museo se distribuye en torno a un imponente patio central desde el que se puede ir entrando a las diferentes secciones. Aquí enseguida llama nuestra atención una gran columna rodeada por una cascada de agua: un prodigio de la ingeniera ya que sostiene una inmensa plataforma, como un gran paraguas, que forma un techo cuyo único apoyo es la columna misma rodeada por agua. Vemos como algunos jóvenes se acercan al pilar y atraviesan la cascada, juegan con el agua, pero enseguida llega un vigilante dando pitidos y haciendo señales para que salgan de la zona. Esta columna representa el árbol mitológico que unía con sus partes, raíces, tronco y copa, el inframundo, la tierra y el cielo en las antiguas creencias prehispánicas de las culturas mesoamericanas. Y es que este Museo se creó, precisamente, en los años sesenta del pasado siglo no solo para reunir las colecciones de arte y cultura prehispánica dispersos en diferentes edificios y museos públicos de México, sino también como gran escaparate cultural para mayor orgullo y cohesión de la nación mexicana, por lo que era imprescindible que el continente fuera igual de impresionante que el contenido. El arquitecto mexicano Pedro Ramírez Vázquez, junto a un equipo de proyectistas, museógrafos e investigadores especializados, fue el encargado de esta magna obra.
A menudo se generaliza y se reducen las culturas mesoamericanas prehispánicas a la maya y la mexica o azteca, pero en realidad una gran cantidad de pueblos convivieron, con diferentes idiomas, religiones y culturas, y en diferentes momentos, aunque con un trasfondo común, en esta región llamada Mesoamérica, que está formada hoy por México y algunos países de la América Central como Belice, Guatemala, Honduras y El Salvador.
El Museo propone, en su planta baja, un recorrido espacial por los ámbitos geográficos en los que se dieron estas culturas. Así, nos dirigimos primero a las salas dedicadas al Altiplano Central mexicano, donde se desarrolló, por ejemplo, la gran cultura de Teotihuacán y, posteriormente, las culturas tolteca y mexica. Vamos viendo, sala tras sala, una innumerable cantidad de obras excepcionales: cerámicas, esculturas, máscaras, ajuares, maquetas de edificios, hasta llegar a una gran sala central dedicada a los mexicas. Aquí sobresale el objeto más conocido del México prehispánico: llamado popularmente como piedra del sol o calendario azteca. Pero resulta que no era un calendario sino una gran piedra circular para sacrificios, aunque se representaron en ella algunos signos del calendario azteca. Destaca en un círculo central el rostro de un dios del inframundo que hace su aparición con un corazón en cada mano y cuya lengua se ha convertido en un cuchillo. Frente al gran disco, como si estuviéramos ante la Mona Lisa en el Louvre, todos los visitantes quieren hacer o hacerse una foto, así que la tenemos que admirar a cierta distancia; por suerte la piedra es grande (no como la Mona Lisa) y la cara del dios nos aterrorizada casi tanto como, imaginamos, a los que iba a ser sacrificados sobre ella. A continuación pasamos a las salas dedicadas a las culturas de la costa del golfo de México y a los famosos mayas. Aquí llaman nuestra atención un par de cabezas colosales esculpidas en piedra de la cultura olmeca y las grandes lápidas procedentes de yacimientos mayas, de una complejidad iconográfica y simbólica sobresaliente, como todo lo que caracteriza a este pueblo cuya cultura ha sobrevivido de alguna manera, pues en la península del Yucatán la población indígena aún habla la lengua maya.
En las salas de la planta superior nos encontramos una parte dedicada a la etnografía del México actual. De esta manera, el Museo quiere mostrar una cierta continuidad entre aquellas culturas antiguas y la pervivencia de los pueblos indígenas en nuestros días. Aquí ya no hay grandes esculturas, sino fotografías de hombres y mujeres practicando ritos sincréticos o festividades coloridas, también representaciones con maniquíes de vestimentas tradicionales, reproducciones de hábitats, canoas, piezas de cerámica, etc. Pero una multitud de personas se arremolina y tapona salas y pasillo: se hace cada vez más difícil avanzar. Además, los vigilantes andan nerviosos de un lado para otro advirtiendo a grito pelado que no se puede tocar nada. Cuando volvemos a salir al patio central vemos la riada de gente que sigue entrando en el Museo. Es ya casi mediodía y para nosotros ha llegado la hora de marcharse.

https://www.mna.inah.gob.mx/

lunes, 14 de octubre de 2019

Museo Nacional de Arte Moderno de Tokio (Japón)

El calor comienza a ser insoportable y pasear a pleno sol por los jardines del Palacio Imperial de Tokio no nos convence demasiado, así que con paso decidido salimos del inmenso parque en el que, ni por asomo, hemos visto lo que veníamos a ver: el palacio del emperador. Lo que sí hemos visto en la guía es que muy cerca de aquí se encuentra el Museo Nacional de Arte Moderno de Tokio, o MOMAT, y nos acercamos para verlo con la fundada esperanza de que nos acoja felizmente con, su imprescindible a estas horas, aire acondicionado. El edificio es moderno y no parece tener gran interés por fuera. Compramos la entrada en una pequeña taquilla, casi tan pequeña y camuflada en la fachada que en un primer momento no la vemos y entramos como Pedro por su casa en el Museo, pero el personal de recepción, algo sorprendidos, nos indica que primero debemos pasar por taquilla, y nunca mejor dicho. Al fin, con nuestra entrada en la mano, recorremos las salas del museo y vemos algunas obras curiosas, aunque solamente nos parecen atractivas las más genuinamente japonesas, o lo que nosotros pensamos que es genuinamente japonés: en concreto unos grandes paneles con caligrafía oriental. La escritura china y japonesa, en su variante artística, siempre me ha atraído: sus trazos rotundos y grandes, su pátina milenaria, el enigma de su significado. Seguimos por salas donde el arte contemporáneo de autores japoneses nos parecen copias de artistas contemporáneos europeos. También hay aquí unas pocas obras de autores occidentales, como un móvil de Calder y unas esculturas de Moore. En una gran estancia con sillas nos topamos con una pantalla en la que se está proyectando la grabación de una perfomance realizada en el propio museo: dos personas mueven grandes cajas de cartón vacías, las típicas para hacer mudanzas, de un lugar a otro, a veces forman una pared, otras una montaña caótica, a veces se mueven a gran velocidad y otras muy lentamente; nos resulta simpática esta representación artística o humorística del trabajo en general. A continuación subimos por unas escaleras, en el piso superior encontramos la joya de la corona del Museo: una terraza cerrada con vistas magníficas a los jardines del Palacio Imperial. Unas cómodas sillas nos permiten descansar un rato; en este lugar admiramos la amplísima perspectiva que tenemos ante nosotros: el foso con agua, que rodea todos los jardines, con los puentes por encima frente a las entradas, la inabarcable extensión verde de árboles, setos, flores y muros con grandes sillares, un pedazo de naturaleza y del Japón tradicional que contrasta aquí, en medio de la ciudad ultramoderna, con el asfalto, el vidrio y el hormigón que lo rodea por completo. Agudizamos nuestra vista, pero ni siquiera desde aquí arriba se llega a ver el palacio en el que vive la familia imperial.

https://www.momat.go.jp/english/

lunes, 16 de septiembre de 2019

Museo Palladio de Vicenza (Italia)

La ciudad de Vicenza, en el interior de la región del Véneto, es una de las mecas de la arquitectura gracias a todos los edificios que en ella se conservan del insigne arquitecto Andrea Palladio (Pádua, 1508 - Maser, 1580), que recuperó la arquitectura clásica greco-romana y la actualizó para mayor gloria del cinquecento italiano y del buen gusto de las ricas familias venecianas, que pudieron construirse aquí grandes palacios y extensas villas, lejos de la bulliciosa y ocupada Venecia.
Es nuestro último día en la ciudad, hemos visitado ya algunas villas como la Rotonda, la Foscari y la Emo; también el extraordinario Teatro Olímpico, cuyo exterior austero oculta la bellísima perla que guarda en su interior: una escenografía para la eternidad. Pero aún nos falta visitar el Museo Palladio, situado en el Palacio Barbarano, obra también de Palladio, por supuesto. Entramos y nos recibe un patio cerrado, con dos columnatas superpuestas, jónicas en la parte de abajo y corintias en la galería superior, reproduciendo el modelo fijado en la fachada del edificio. Subimos por una gran escalera en la que se explica, en sus paredes, la cronología de la vida y obra de Palladio, comparándola con los acontecimientos más importantes de su época. Recorremos las salas, aquí hay maquetas de muchos de sus edificios, también moldes que cortan verticalmente columnas y molduras, algunos tienen explicaciones sobre las técnicas de construcción. Todo tiene un aire muy didáctico. En los techos, no nos pasan desapercibido los frescos que aún se conservan.
Después, en la librería del Museo encuentro un libro sobre la evidente influencia de Palladio en la arquitectura posterior, especialmente durante el neoclasicismo del siglo XVIII y XIX. Cuando los norteamericanos, independizados ya del rey de Inglaterra, tuvieron que construir los edificios oficiales para su nueva capital miraron a Palladio: ahí su Capitolio y su Casa Blanca, magníficos símbolos del poder; también los británicos de la época victoriana se inspiraron en los edificios de Palladio, y con ellos gran parte de Europa y el mundo.
Salimos del Museo, es domingo por la tarde y las calles están repletas de visitantes y autóctonos. las tiendas están abiertas, las terrazas de las cafeterías y heladerías están muy animadas, nada aquí se ha detenido. Agradecemos tremendamente que Vicenza no sea un parque temático ni una ciudad petrificada; a pesar de la bella y fija monumentalidad de su centro histórico, nos paseamos satisfechos por una ciudad viva, renovada y eterna a la vez.

https://www.palladiomuseum.org/
  

jueves, 22 de agosto de 2019

Casa Museo de los ingleses de Punta Umbría (Huelva)


La población de Punta Umbría (Huelva) es de sobras conocida por ser una localidad turística, Su privilegiada situación, en un lengua de tierra entre el río Odiel y el golfo de Cádiz, la convierte en un lugar ideal para la segundas residencias de sevillanos y onubenses, también como pueblo pesquero. Además, destaca por conservar, aún, grandes zonas con dunas salvajes y pinares, reminiscencias de un territorio antes de su reciente urbanización; pero también por su animada vida cultural, gracias al Teatro del Mar: un espacio cultural de una dimensiones envidiables hasta para una ciudad mediana. Nosotros hemos tenido la oportunidad de conocerla gracias a la feria de editores independientes, EDITA, que se celebra allí cada mes de mayo. Entre el 2007 y el 2010 acudí a dicha feria. Durante aquellos años pude visitar una de las curiosidades de Punta Umbría, la Casa Museo de los Ingleses, un edificio singular que viene a recordar las casas que construyó la Riotinto Company Limited para sus trabajadores británicos.
La presencia británica en la provincia de Huelva se remonta a finales del siglo XIX, cuando  la explotación de las minas de Río Tinto se concedió a una compañía inglesa. A principios del siglo XX dicha compañía construyó 14 casas cerca del mar, sobre las dunas de Punta Umbría, para que sus empleados descasaran durante los tórridos veranos o por enfermedad. La actual Casa Museo de los Ingleses es una reconstrucción moderna de aquellas casa construidas a principios del siglo XX para solaz de los británicos. Desgraciadamente no ha quedado ninguna de las casa en pie: cuando la compañía inglesa dejó de explotar las minas de Río Tinto se vendió todas sus propiedades y las casas fueron derruidas para, ¿cómo no?, la construcción de bloques de apartamentos. La casas tenían una característica común: estaban elevadas sobre pilones para evitar que las dunas de arena las pudiera cubrir. Además, contaban con una amplia veranda que las rodeaba. Su apariencia era, indudablemente exótica.
Así, la Casa Museo actual reproduce estas características, su singularidad se acrecienta o resalta al estar rodeada de edificios modernos y anodinos de apartamentos. En el interior se conservan algunos muebles de época y se puede hacer un recorrido didáctico con paneles que explican la presencia de los ingleses en Punta Umbría, sus aportaciones y también sus comportamientos y normas a menudo con un componente de colonizadores que, incluso, pretendía evitar que hubiera matrimonios mixtos entre ingleses y españolas. No sabemos hasta qué punto la presencia en inglesa ha dejado huella o recuerdo en la provincia de Huelva, pero sigue estando viva en diferentes ámbitos como esta Casa Museo o, por ejemplo, en el deporte, pues el club de fútbol de la capital, el Recreativo de Huelva, fue fundado por ingleses.


domingo, 14 de julio de 2019

Museo Egipcio de El Cairo (Egipto)


El museo más impresionante y a la vez más desalentador que he visitado en mi vida es, sin duda, el Museo Egipcio, también llamado de las Antigüedades, de El Cairo. En octubre del 2004 nos apuntamos a realizar el típico viaje organizado a Egipto tan popular en aquella época: cinco días recorriendo el Nilo en barco y tres días en El Cairo. Fue el primer y el último viaje organizado al que nos hemos apuntado. A pesar de que había estudiado Geografía e Historia y me había especializado en Prehistoria, Historia Antigua y Arqueología, y había estudiado especialmente la lengua jeroglífica y la Historia del Egipto antiguo de la mano del profesor Josep Padró, nunca me había decidido o había tenido la oportunidad de viajar a la cuna de los faraones. En más de una ocasión, cuando alguien me preguntaba si había estado en Egipto, yo contestaba muy pedantemente que era Egipto el que había venido a mí. Lo cierto es que el Egipto que yo había estudiado dejó de existir hacía dos milenios, a pesar de los intentos por parte de estudiosos occidentales de recuperarlo tras la famosa expedición napoleónica al país africano. No obstante, planeando nuestras vacaciones en el 2004 al fin llegó la ocasión de ir a Egipto y visitar el famoso Museo Egipcio que fue, en realidad, creado por iniciativa del egiptólogo francés Auguste Mariette, a mediado del siglo XIX, para controlar y asegurar la conservación de todas las antigüedades que se había descubierto y se seguían descubriendo en el país. Por aquella época muchas colecciones privadas y muchos museos europeos contaban ya con colecciones importantes de obras que habían salido de Egipto sin ningún control oficial o porque las autoridades egipcias de la época preferían venderlas al mejor postor. Mariette consiguió que los gobernantes del país se preocuparan de conservar un patrimonio que pertenecía a todos los egipcios. El actual Museo, en el que se reunieron gran parte de las colecciones que el estado egipcio tenía desperdigadas en diferentes edificios y museos menores, no fue inaugurado hasta 1902. El gran problema era y sigue siendo la cantidad ingente de obras a conservar; pues las expediciones y excavaciones en Egipto por parte de diferentes entidades y universidades internacionales no han dejado de realizarse, ni siquiera en los momentos de mayor peligrosidad por atentados terroristas o durante la revuelta de la primavera árabe del 2011. El Museo se encuentra, justamente, en la plaza Tahrir, el lugar en que se producían las grandes manifestaciones durante la primavera árabe en El Cairo. Cuando las televisiones ofrecían las imágenes de aquellas revueltas, se podían ver, en una esquina de la plaza, los muros rojos del Museo. Incluso hubo conatos de entrar a robar antigüedades y, según parece, alguna pieza desapareció. Las autoridades decían que eran los manifestantes, pero al parecer eran grupúsculos de la policía del viejo y corrupto Mubarak quienes habían intentado los saqueos y la población civil quienes lo habían conseguido evitar. En el 2004 cuando nosotros lo visitamos, a nuestra llegada a El Cario y después de habernos librado de continuar haciendo excursiones junto al grupo con el que habíamos ido en el crucero, las medidas de seguridad para entrar en el edificio eran parecidas a las de un aeropuerto. La primera impresión fue de agobio: las multitudes lo ocupaban todo, pero también las obras expuestas. Yo me atrevería a decir que el Museo Egipcio es el antimuseo o, al menos, lo que un museo no debería ser: la acumulación sobrecogedora de obras, un horror vacui de proporciones inimaginables. No obstante, no es una acumulación sin orden. Tras la primera impresión de desaliento y enfado, uno debe sobreponerse y entender que hay un orden establecido y lo mejor es comenzar a ver las obras por las más antiguas y hacer un recorrido temporal por los varios milenios de la historia iconográfica del Egipto antiguo. Así, pudimos ver la paleta de Narmer, donde se menciona el primer faraón de la I dinastía, primer gobernante de un Egipto unificado. También diferentes estatuas de faraones de la V dinastía, la más famosa del llamado Imperio Antiguo, como Keops y Kefrén; algunas estatuas en madera, como la del llamado Alcalde del pueblo, que impresionan por su naturalidad; sarcófagos, papiros, representaciones de dioses en mil formatos, así como mobiliarios, se van repartiendo por las salas, hasta llegar a las obras del periodo helenístico y romano, con pinturas o representaciones naturalistas, a la manera romana, de la triada formada por Osiris, Isis y Horus, con un parecido asombroso con la iconografía cristiana de José, María y Jesús. Dentro del Museo hay dos salas con acceso restringido, es decir, a las que se puede acceder pagando un extra, y que contienen, por un lado, el tesoro hallado en la tumba de Tutankamón, y, por otro, las momias de algunos de los faraones más famosos. El tesoro de Tutankamón (dinastía XVIII) es realmente impresionante: aquí se conserva el sarcófago, el mobiliario, las joyas, y especialmente la máscara funeraria que cubría la momia del rey, de oro con incrustaciones de piedras preciosas y joyas, de una belleza y perfección formal sin parangón. En cambio, la sala de las momias no resulta tan agradable, es más, yo era algo reticente a entrar en ella. No por superstición de ningún tipo, sino porque lo que se muestran son los cuerpos momificados, sin gran parte de las vendas o ropajes que los cubrían, en una especie de exhibicionismo que no aporta nada al visitante, más allá del morbo. Por otro lado, el hecho de que nos encontrábamos en un país musulmán, aquella exposición de los restos fúnebres de los faraones, aún me parecía más escandalosa: teniendo en cuenta el respeto que los musulmanes muestran hacia sus fallecidos, uno esperaría que mostraran el mismo hacia los fallecidos de otras confesiones. No es el caso ante los antiguos egipcios, que además de que eran paganos, son una de las principales fuentes de ingresos del país a través del turismo. La sala de las momias tiene una luz muy tenue, todo está enfocado hacía los cuerpos momificados dentro de unas urnas de cristal, como sus nuevos sarcófagos transparentes. Nosotros, como el resto de los visitantes, la recorrimos en un silencio religioso. Aquí están los restos de faraones del Imperio Nuevo como Ramses II, Seti I, Tutmosis II, etc. También el de la reina Hatshepsut. Realmente sobrecoge ver sus cadáveres, después de varios milenios, tan bien conservados, aunque ahora en un tristísimo e irrespetuoso destino para algunos de los hombres y mujeres más famosos de la Historia.

https://web.archive.org/web/20111125064531/http://egyptianmuseumcairo.org/

miércoles, 19 de junio de 2019

Fundación Maeght, Saint-Paul-de-Vence (Francia)

Tras pasar unos cuantos días recorriendo Alemania y los Países Bajos, volvemos hacia el sur desde París en un tren nocturno que nos lleva hasta la Provenza. Es agosto de 1995. En Niza tomamos un autobús de línea que nos lleva hasta el pintoresco pueblecito de Saint-Paul-de-Vence. Hemos venido hasta aquí para visitar la Fundation Marguerite et Aimé Maeght, y más concretamente la exposición estrella del verano: Bacon-Freud Expressions. No nos importa haber atravesado toda Francia en un tren sin literas, no nos importa haber dormido poquísimo, no nos importa cargar con las mochilas (que hemos podido dejar en la consigna de la estación de Niza), no nos importa alejarnos de la cosmopolita, luminosa y salina Promenade des Anglais, preferimos ir directamente a ver una exposición de arte contemporáneo. La fundación se inauguró en 1964 y es el gran legado que dejaron Marguerite y Aimé Maeght, los marchantes de arte europeos más importantes de su época. Lo primero que sobresale cuando nos acercamos a la Fundación es el edificio, obra del barcelonés universal Josep Lluis Sert. En la entrada, las bóvedas catalana nos dan la bienvenida, al igual que en la Fundación Miró de Barcelona. La arquitectura de Sert es sencilla, limpia, al servicio no de sí misma sino de lo que quiere contener, en este caso las obras de arte. Sobresalen aquí los tejados, formando inmensos canalones abiertos hacia el cielo, como grandes cuernos de bóvido, tal vez homenaje a los famosos toros de la cercana Camarga, Por el jardín vamos viendo esculturas monumentales de Miró, Braque o Calder, fuentes de Pol Bury. Nos atraen las figuras estilizadas de Giacometti, inconfundibles, estáticas o andando, son ancestrales, parecen que siempre han estado ahí, como si hubieran sido creadas en la antigüedad y, recientemente, descubiertas en un yacimiento. Pinos y esculturas, patios y cerámicas de Miro formando paredes, todo encaja de manera libre y natural, a diferentes alturas. Estamos en una ambientación muy mediterránea. En el interior, al fin encontramos la gran exposición temporal que hemos venido a ver. Pasamos un poco de largo por las obras de Lucian Freud y vamos corriendo hacia las de Francis Bacon: han traído hasta aquí algunas de las más importantes, sus deformes figuras, sus rostros reconstruidos después de haber sido destruido, nos atraen y horrorizan al mismo tiempo. No hay nada seguro en Bacon, el irlandés creaba obscenidades violentas, matéricas, bellezas imposibles, liminares, sin acomodo. Al salir, nos reencontramos con la luminosidad extrema de la Provenza. No podemos demorarnos mucho más, por la noche tenemos que coger otro tren nocturno, pero esta vez en dirección a Portbou, ahora sí de vuelta a casa.

https://www.fondation-maeght.com/

lunes, 27 de mayo de 2019

Museo de Maricel de Sitges, (Barcelona)

Llueve a mares cuando llegamos a Sitges. Hemos venido a visitar esta localidad costera con Paola, amiga y profesora de literatura española en la Universidad de Bari (Italia). La imagen icónica de esta población, el paseo marítimo y la iglesia, surge ante nosotros sumida en un mundo acuoso, de una manera conmovedora. Además, nos sorprende ver como la tormenta ha dejado las playas reducidas a la mínima expresión. Nos dirigimos a paso firme al llamado Racó de la calma, donde se ubica el Museo, para visitarlo y también ponernos a cubierto. Mientras tanto, le voy explicando a Paola que hace unos años aquí habían dos museos juntos: el Cau Ferrat y el Mar i Cel. Ahora, con muy buen criterio, se han unificado bajo el nombre de Museu de Maricel. El origen del Cau Ferrat fue la adquisición en 1893 de una casa de pescadores por parte del insigne pintor y escritor Santiago Rusiñol, para, a continuación, tirarla y construir lo que sería su taller. Aquí pintaba y almacenaba obras de arte propias o adquiridas; y a este lugar acudían habitualmente sus amigos, los artistas más insignes de la Barcelona finisecular. Toda esta parte de Sitges era a finales del siglo XIX un barrio popular. Con aquella adquisición comenzó todo un proceso de destrucción y construcción de un marco incomparable, formado por varios palacios, todos con un estilo neogótico y noble, muy en boga en pleno modernismo, que se acabaría en la década de los años 20 del siglo XX. La verdad es que el conjunto impone y atrae a los turistas. Pero, por suerte para nosotros, muy pocos entran en el Museo. La visita se inicia, precisamente, por la parte que fue del Cau Ferrat. Aquí podemos encontrar sobre todo toda la colección de forjados, muebles, cristales, cerámicas y arte de todo tipo, que Rusiñol fue adquiriendo en sus viajes por toda Cataluña. También hay alguna obra del propio Rusiñol, así como de alguno de sus más insignes amigos, como Ramón Casas, Picasso, etc. Destaca, en la gran sala central, que imita la de un castillo medieval, por encima de todo, un cuadro de El Greco: Las lágrimas de San Pedro. Como Paola tiene raíces griegas, se interesa enseguida no solo por el cuadro sino también por la reivindicación que hicieron los modernistas catalanes de la figura del pintor cretense. Después de visitar el Cau Ferrat, pasamos a la parte del antiguo museo Mar i Cel. Aquí se concentra el legado de varios coleccionistas de arte como la del doctor Jesús Pérez Rosales. Se puede ver una muestra muy variada de diferentes épocas, que van desde murales románicos y góticos pasando por obras modernistas y novecentistas, como una escultura de Josep Llimona, así como obras de Rusiñol, -con alguna de sus características pinturas de jardines españoles-, Fortuny, Casas, y también una sala con murales tremendistas y tenebristas de Josep Maria Sert, con una alegoría sobre la I Guerra Mundial. Sin embargo, el plato fuerte de la visita es el balcón con arcadas sobre el mar. Las vistas sobrecogen y en este día de tormenta aún más, porque el mar choca contra los muros del Museo, como si lo quisieran derribar. Entre los arcos del balcón, varias esculturas de figuras femeninas en calma contrastan con el movimiento de las olas del exterior. Junto al balcón han colocado la estatua original, homenaje a El Greco, iniciativa de Rusiñol y sufragada por donaciones de los habitantes de la población, que estaba situada en el paseo marítimo de Sitges. Ahora allí han puesto una reproducción, porque esta que cobija el Museo está ya muy deteriorada por la sal marina: tanto el rostro, como las manos y la golilla del pintor afincando en Toledo han quedado bastante desfigurados. El paso del tiempo y la cercanía al mar han podido con la sólida piedra, pero no con la reivindicación del genial cretense. Salimos y parece que la lluvia nos da una tregua para que podamos dar un paseo por la parte antigua de Sitges.

http://museusdesitges.cat/es/museo/maricel/museo-de-maricel

miércoles, 8 de mayo de 2019

Museo de Dubái (Emiratos Árabes Unidos)


Estamos en Al Fahidi. Se trata del verdadero barrio antiguo de Dubái: muy bien conservado o restaurado, con casas tradicionales árabes, convertidas ahora en su mayor parte en galerías de arte y restaurantes. Entramos en una de las galerías: accedemos primero a un patio interior, rodeado de habitaciones donde se exponen algunas obras, ninguna de interés artístico, tal vez únicamente decorativo. Las calles de piedra blanca, estrechas, las fachadas de un solo piso y en colores claros, nos transportan al lugar tranquilo y originario que fue Dubái hasta los años setenta. Seguimos, de sombra en sombra, hasta el Dubai Museum, que se encuentra en el interior de un antiguo fuerte, de hecho es el edificio más antiguo de la ciudad aún en pie y uno de los lugares más visitados por los turistas. Al llegar vemos como una multitud de grupos de turistas van entrando y, después, seguirán ordenadamente paseando por su interior. Oímos todos los idiomas de Europa y de Asia, aquí se podría hacer también una radiografía de todas las conexiones áreas que Emirates realiza diariamente entre Dubái y el resto del mundo. El fuerte se muestra por fuera impenetrable con sus muros altos, hecho de una mezcla curiosa de yeso y coral que le dan un tonalidad rosado, está formando un rectángulo con dos torres. Al entrar se accede a un gran patio, donde han colocado varios cañones y barcas de remos de diferentes tamaños y un viejo dhow, recuerdo de los antiguos barcos de vela árabes que surcaron los mares hacia África y hacia el sudeste asiático comerciando con especias, perlas y esclavos. Pasamos corriendo hacia las partes cubiertas, en el interior, porque el sol da de lleno en el patio, al refugio del aire acondicionado, aunque tengamos que ir como dos ovejitas más, por en medio de los rebaños de turistas. No nos importa si, a cambio, no nos achicharramos. En las diferentes estancias habilitadas como museo se muestra la vida en el antiguo Dubái, antiguo significa aquí anterior a 1971, con maniquíes de hombres y mujeres vestidos a la manera tradicional dentro del hogar, y también los oficios de pescador y buscadores de perlas, así como los comerciantes, los religiosos y los gobernadores o emires, en sus cortes hechas de jaimas en medio del desierto. En una sala se muestran antiguos vestigios arqueológicos. Es, sin duda, la parte más interesante de todo lo que se encuentra expuesto en este lugar, también la más auténtica, aquí no hay maniquíes, sino piezas de verdad, vestigios desde la prehistoria hasta  los primeros asentamientos árabes en la zona y de su comercio con otras partes del mundo antiguo, incluidas piezas fenicias, griegas y romanas. Curiosamente, en esta sala no hay prácticamente nadie, estamos solos. Las multitudes prefieren ver escaparates como los de Zara, con muñecones a la moda árabe de otra época, antes que unas piezas de cerámica o unas piedras originales, antiguas de verdad. Es así como estos vestigios, que conectan el golfo pérsico con el Mediterráneo nos hacen viajar a través del tiempo, y nos devuelven a las orillas de nuestras costas mediterráneas, nos acercan a casa… Será porque en mi niñez….que diría Joan Manuel Serrat. Antes de volver a salir a la calle, pensamos muy bien el trayecto a seguir para llegar lo antes posible a la parada de metro y no morir de calor por el camino.

http://www.dubaiculture.gov.ae/en/Live-Our-Heritage/Pages/Dubai-Museum-and-Al-Fahidi-Fort.aspx