Un viaje al rededor de los museos

Museos pequeños, museos con encanto, museos poco conocidos, museos y/o fundaciones de mis artistas o arquitectos favoritos, museos que he tenido el gusto de visitar y que, por diferentes razones, merecerían volver a ser visitados.

Todos los textos y fotos de este blog son autoría y propiedad de Agustín Calvo Galán. Si quieres citarlos o usar las fotos, puedes hacerlo; pero, por favor, indica la procedencia y la autoría. Gracias.

domingo, 14 de julio de 2019

Museo Egipcio de El Cairo (Egipto)


El museo más impresionante y a la vez más desalentador que he visitado en mi vida es, sin duda, el Museo Egipcio, también llamado de las Antigüedades, de El Cairo. En octubre del 2004 nos apuntamos a realizar el típico viaje organizado a Egipto tan popular en aquella época: cinco días recorriendo el Nilo en barco y tres días en El Cairo. Fue el primer y el último viaje organizado al que nos hemos apuntado. A pesar de que había estudiado Geografía e Historia y me había especializado en Prehistoria, Historia Antigua y Arqueología, y había estudiado especialmente la lengua jeroglífica y la Historia del Egipto antiguo de la mano del profesor Josep Padró, nunca me había decidido o había tenido la oportunidad de viajar a la cuna de los faraones. En más de una ocasión, cuando alguien me preguntaba si había estado en Egipto, yo contestaba muy pedantemente que era Egipto el que había venido a mí. Lo cierto es que el Egipto que yo había estudiado dejó de existir hacía dos milenios, a pesar de los intentos por parte de estudiosos occidentales de recuperarlo tras la famosa expedición napoleónica al país africano. No obstante, planeando nuestras vacaciones en el 2004 al fin llegó la ocasión de ir a Egipto y visitar el famoso Museo Egipcio que fue, en realidad, creado por iniciativa del egiptólogo francés Auguste Mariette, a mediado del siglo XIX, para controlar y asegurar la conservación de todas las antigüedades que se había descubierto y se seguían descubriendo en el país. Por aquella época muchas colecciones privadas y muchos museos europeos contaban ya con colecciones importantes de obras que habían salido de Egipto sin ningún control oficial o porque las autoridades egipcias de la época preferían venderlas al mejor postor. Mariette consiguió que los gobernantes del país se preocuparan de conservar un patrimonio que pertenecía a todos los egipcios. El actual Museo, en el que se reunieron gran parte de las colecciones que el estado egipcio tenía desperdigadas en diferentes edificios y museos menores, no fue inaugurado hasta 1902. El gran problema era y sigue siendo la cantidad ingente de obras a conservar; pues las expediciones y excavaciones en Egipto por parte de diferentes entidades y universidades internacionales no han dejado de realizarse, ni siquiera en los momentos de mayor peligrosidad por atentados terroristas o durante la revuelta de la primavera árabe del 2011. El Museo se encuentra, justamente, en la plaza Tahrir, el lugar en que se producían las grandes manifestaciones durante la primavera árabe en El Cairo. Cuando las televisiones ofrecían las imágenes de aquellas revueltas, se podían ver, en una esquina de la plaza, los muros rojos del Museo. Incluso hubo conatos de entrar a robar antigüedades y, según parece, alguna pieza desapareció. Las autoridades decían que eran los manifestantes, pero al parecer eran grupúsculos de la policía del viejo y corrupto Mubarak quienes habían intentado los saqueos y la población civil quienes lo habían conseguido evitar. En el 2004 cuando nosotros lo visitamos, a nuestra llegada a El Cario y después de habernos librado de continuar haciendo excursiones junto al grupo con el que habíamos ido en el crucero, las medidas de seguridad para entrar en el edificio eran parecidas a las de un aeropuerto. La primera impresión fue de agobio: las multitudes lo ocupaban todo, pero también las obras expuestas. Yo me atrevería a decir que el Museo Egipcio es el antimuseo o, al menos, lo que un museo no debería ser: la acumulación sobrecogedora de obras, un horror vacui de proporciones inimaginables. No obstante, no es una acumulación sin orden. Tras la primera impresión de desaliento y enfado, uno debe sobreponerse y entender que hay un orden establecido y lo mejor es comenzar a ver las obras por las más antiguas y hacer un recorrido temporal por los varios milenios de la historia iconográfica del Egipto antiguo. Así, pudimos ver la paleta de Narmer, donde se menciona el primer faraón de la I dinastía, primer gobernante de un Egipto unificado. También diferentes estatuas de faraones de la V dinastía, la más famosa del llamado Imperio Antiguo, como Keops y Kefrén; algunas estatuas en madera, como la del llamado Alcalde del pueblo, que impresionan por su naturalidad; sarcófagos, papiros, representaciones de dioses en mil formatos, así como mobiliarios, se van repartiendo por las salas, hasta llegar a las obras del periodo helenístico y romano, con pinturas o representaciones naturalistas, a la manera romana, de la triada formada por Osiris, Isis y Horus, con un parecido asombroso con la iconografía cristiana de José, María y Jesús. Dentro del Museo hay dos salas con acceso restringido, es decir, a las que se puede acceder pagando un extra, y que contienen, por un lado, el tesoro hallado en la tumba de Tutankamón, y, por otro, las momias de algunos de los faraones más famosos. El tesoro de Tutankamón (dinastía XVIII) es realmente impresionante: aquí se conserva el sarcófago, el mobiliario, las joyas, y especialmente la máscara funeraria que cubría la momia del rey, de oro con incrustaciones de piedras preciosas y joyas, de una belleza y perfección formal sin parangón. En cambio, la sala de las momias no resulta tan agradable, es más, yo era algo reticente a entrar en ella. No por superstición de ningún tipo, sino porque lo que se muestran son los cuerpos momificados, sin gran parte de las vendas o ropajes que los cubrían, en una especie de exhibicionismo que no aporta nada al visitante, más allá del morbo. Por otro lado, el hecho de que nos encontrábamos en un país musulmán, aquella exposición de los restos fúnebres de los faraones, aún me parecía más escandalosa: teniendo en cuenta el respeto que los musulmanes muestran hacia sus fallecidos, uno esperaría que mostraran el mismo hacia los fallecidos de otras confesiones. No es el caso ante los antiguos egipcios, que además de que eran paganos, son una de las principales fuentes de ingresos del país a través del turismo. La sala de las momias tiene una luz muy tenue, todo está enfocado hacía los cuerpos momificados dentro de unas urnas de cristal, como sus nuevos sarcófagos transparentes. Nosotros, como el resto de los visitantes, la recorrimos en un silencio religioso. Aquí están los restos de faraones del Imperio Nuevo como Ramses II, Seti I, Tutmosis II, etc. También el de la reina Hatshepsut. Realmente sobrecoge ver sus cadáveres, después de varios milenios, tan bien conservados, aunque ahora en un tristísimo e irrespetuoso destino para algunos de los hombres y mujeres más famosos de la Historia.

https://web.archive.org/web/20111125064531/http://egyptianmuseumcairo.org/