Amanece
en Tokio con el cielo muy oscuro. En días de lluvia lo mejor es refugiarse en algún
museo que nos proporcione un techo y actividad durante varias horas. Salimos
del hotel convenientemente equipados con chubasquero y paraguas, y nos
dirigimos a coger un tren de la línea Yamanote que nos acerque al parque Ueno. La
lluvia no cesa cuando llegamos y vamos a paso firme directos al Museo Nacional
de Tokio: una gran institución museística que nos dará cobijo en este día de aguaceros
otoñales. No parece que haya mucha gente comprando la entrada para acceder a su
interior. Para nuestra suerte, no a todos los turistas les gusta visitar museos,
ni siquiera cuando diluvia.
Entramos
en el edificio principal, que data de los años treinta del pasado siglo y tiene
un aire ciertamente art déco, aunque los tejados son de estilo
tradicional japonés, a cuatro aguas. Lo recorremos pasando por las diferentes
salas y galerías. Aquí hay desde espadas y armaduras de samuráis hasta kimonos
bellísimos; también vemos piezas encontradas en yacimientos prehistóricos, como
una impresionante estatuilla de cerámica del período llamado Jomon, con unos
ojos gigantes: se trata de una figura femenina de anchas caderas y cintura de
avispa —Venus ancestral hermanada con tantas otras,
como la encontrada en Willendorf (Austria)—, mundialmente famosa
porque los adalides del esoterismo galáctico internacional quieren ver en ella
a un extraterrestre y no a un ser humano, y es que unos ojos inmensos en un
figurilla tan pequeña le proporcionan, efectivamente, un aspecto algo raro.
Otra de las artesanías que más llaman nuestra atención son las máscaras de
teatro Noh, algunas del siglo XVIII, así como algunas piezas de porcelana de lo
más refinadas.
También
se pueden admirar paneles o biombos pintados al más puro estilo japonés.
Algunas de las piezas más antiguas son paneles provenientes de China, decorados
con una caligrafía de trazos muy expresivos. Al fin, encontramos una sala
dedicada a la pintura japonesa de época más moderna, donde destacan las
pinturas de Hokusai de tipo Ukiyo-e,
que nos reconfortan y atraen poderosamente; aunque también hay lienzos de
artistas contemporáneos con una evidente influencia occidental junto a los que
pasamos corriendo.
Al
lado del edificio principal se sitúa otro dedicado al arte oriental en general.
En este encontramos una gran cantidad de estatuas budistas provenientes de toda
Asia y de diferentes épocas, así como delicada porcelana china de diferentes
épocas. En otra de las salas nos topamos con talismanes y objetos de
adivinación, un tema que a los japoneses parece que les encanta: son muy
aficionados a todo tipo de futurología, y lo más curioso de todo, al menos para
nosotros, es que en muchos casos está ligada a la religión.
Antes de salir del Museo, visitamos su tienda y me compro un par de libros en inglés, uno de arte japonés y otro de estatuaria budista: me gustaría tener una idea más clara sobre la proliferación de diferentes tipos de estatuas de Buda y de bodhitsattvas que nos hemos encontrado recorriendo Japón. Demoramos nuestra salida, afuera sigue lloviendo con más intensidad si cabe.