El calor comienza a ser
insoportable y pasear a pleno sol por los jardines del Palacio Imperial de Tokio no nos convence demasiado, así que con paso
decidido salimos del inmenso parque en el que, ni por asomo, hemos visto lo que veníamos a ver: el palacio del emperador. Lo que sí hemos visto en la guía es que muy
cerca de aquí se encuentra el Museo Nacional de Arte Moderno de Tokio, o MOMAT, y nos
acercamos para verlo con la fundada esperanza de que nos acoja felizmente con,
su imprescindible a estas horas, aire acondicionado. El edificio es moderno y
no parece tener gran interés por fuera. Compramos la entrada en una pequeña
taquilla, casi tan pequeña y camuflada en la fachada que en un primer momento
no la vemos y entramos como Pedro por su casa en el Museo, pero el personal de recepción, algo sorprendidos, nos indica que primero debemos pasar por taquilla, y nunca mejor dicho. Al fin, con nuestra entrada en la mano, recorremos las salas del museo y vemos algunas
obras curiosas, aunque solamente nos parecen atractivas las más genuinamente
japonesas, o lo que nosotros pensamos que es genuinamente japonés: en concreto unos grandes paneles con caligrafía oriental. La escritura china y japonesa, en su variante artística, siempre me ha atraído: sus trazos rotundos y grandes, su pátina milenaria, el enigma de su significado. Seguimos por salas donde el arte
contemporáneo de autores japoneses nos parecen copias de artistas contemporáneos europeos. También hay aquí unas pocas obras de autores occidentales, como un móvil de
Calder y unas esculturas de Moore. En una gran estancia con sillas nos topamos con una pantalla
en la que se está proyectando la grabación de una perfomance realizada en el propio museo: dos personas mueven grandes cajas de cartón
vacías, las típicas para hacer mudanzas, de un lugar a otro, a veces forman una
pared, otras una montaña caótica, a veces se mueven a gran velocidad y otras
muy lentamente; nos resulta simpática esta representación artística o
humorística del trabajo en general. A continuación subimos por unas escaleras, en el piso
superior encontramos la joya de la corona del Museo: una terraza cerrada con vistas magníficas a los jardines del Palacio Imperial. Unas cómodas sillas nos permiten descansar un rato; en este lugar admiramos la amplísima perspectiva que
tenemos ante nosotros: el foso con agua, que rodea todos los jardines, con los puentes por encima frente a las entradas, la inabarcable extensión verde de árboles, setos, flores y muros con grandes sillares, un pedazo de naturaleza y del Japón tradicional que contrasta aquí, en medio de la ciudad ultramoderna, con el asfalto, el vidrio y el hormigón que lo rodea por completo. Agudizamos nuestra vista, pero ni
siquiera desde aquí arriba se llega a ver el palacio en el que vive la familia imperial.
https://www.momat.go.jp/english/
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