Un viaje al rededor de los museos

Museos pequeños, museos con encanto, museos poco conocidos, museos y/o fundaciones de mis artistas o arquitectos favoritos, museos que he tenido el gusto de visitar y que, por diferentes razones, merecerían volver a ser visitados.

Todos los textos y fotos de este blog son autoría y propiedad de Agustín Calvo Galán. Si quieres citarlos o usar las fotos, puedes hacerlo; pero, por favor, indica la procedencia y la autoría. Gracias.

lunes, 1 de diciembre de 2025

Neues Museum - Museo Nuevo (Berlín, Alemania)

 

Busto de Nefertiti

Hemos reservado entradas, como si fuéramos a ver una obra de teatro, con día y hora para visitar el Museo Nuevo (o Neues Museum en alemán) de Berlín. Pero cuando estamos a punto de entrar en el metro, me doy cuenta de que me he dejado las entradas impresas en el hotel. En ese momento siento que, si en vez de imprimirlas, me las hubiera guardado digitalmente en el teléfono móvil, ahora no tendríamos este problema, pero soy un antiguo y lo digital me inquieta. Corremos de vuelta al hotel, cogemos las entradas y, corriendo, volvemos a la entrada del metro o U-Bahn. Tenemos el tiempo justo. Por suerte, solo tres paradas nos separan de la famosa isla de los museos de Berlín. Tan solo llegamos un par de minutos tarde, según la hora indicada en nuestros tickets, a la entrada al Museo. Por un momento tengo miedo de que la puntualidad alemana llegue al extremismo de impedirnos el acceso (aunque, vista la impuntualidad de los trenes alemanes en los últimos tiempos, deducimos que los teutones han olvidado sus viejas exigencias horarias). Así es, nos dejan entrar sin problema.

El nombre de Neues Museum puede llevar a error, pues aquí no hay nada nuevo. Esta institución se creó para ampliar o extender el llamado Museo Antiguo (o Altes Museum) que a mediados del siglo XIX había quedado pequeño. A tal fin, el arquitecto Friedrich August Stüler diseñó un edificio funcional en el estilo neoclásico tan al gusto alemán de la época, justo detrás. Cabe destacar que este edificio quedó tan dañado durante la II Guerra Mundial, que la extinta RDA no fue capaz de rehabilitarlo y el edificio estuvo en ruinas durante varias décadas, con proyectos de rehabilitación fallidos de por medio, y sus colecciones repartidas entre otras instituciones. Tras una ardua y cara restauración, reabrió en 2009.

De esta manera, en este lugar vuelven a reunirse las antiguas colecciones bajo los subtítulos de Museo Egipcio y Colección de Papiros y Museo de Prehistoria y Protohistoria; aquí se encuentra una colección insuperable de obras y objetos de la antigüedad egipcia y de la prehistoria y antigüedad europea. Como todo gran museo, su repertorio es inabarcable. Nosotros nos encaminamos en busca de los apartados del antiguo Egipto, distribuidos por la planta baja y la primera y la segunda planta; paseamos entre objetos de la vida cotidiana, estatuas de dioses y faraones, cabezas de escribas, frisos de templos y papiros. Por suerte, la visita al museo se hace amena pues no hay multitudes recorriéndolo. Sin embargo, nuestros pasos se encaminan firmes hacia el periodo llamado de Amarna, pues justamente aquí se encuentra una de las piezas más famosas de toda la Antigüedad, icono de la historia y el arte de Egipto: el busto de la reina Nefertiti. De hecho, solo por ver esta escultura sigular, la visita a la capital alemana ya merece la pena.

Yo ya había visto el busto en mi primer viaje a Berlín, allá por 1995, en su antiguo emplazamiento del pequeño museo dedicado a las antigüedades egipcias que había existido en el Berlín Occidental. Al parecer, esta pieza había quedado en el Berlín Oriental tras la guerra, pero después de la construcción del muro, misteriosamente, reapareció en el Berlín libre, donde estuvo expuesta en el museo en el que yo la vi.

Accedemos, por fin, a la sala en la que se encuentra el famosísimo busto de la esposa del faraón hereje Akenatón. Está subido en un podio dentro de una gran urna y tres personas la vigilan continuamente. Nos acercamos al vidrio y observamos impresionados la sutileza de sus rasgos, el color de la piel, la finura con la que fue tallada, la forma ovalada del cráneo tan característica del periodo amarniense, los colores que aún perviven en su superficie, la belleza y la humanidad que exhala, etc. Me sobrecoge como la primera vez que la vi. Sin embargo, cuando llevamos un cierto tiempo observándola atentamente, vemos cómo los vigilantes se aproximan a nosotros y nos miran recelosos. Es hora de dejar atrás una de las obras más extraordinarias de la creación egipcia.

Seguimos nuestro recorrido, ahora por salas dedicadas a la Prehistoria de diferentes lugares de Europa. Nos detenemos ante algunos hallazgos de periodo germánico antiguo y, en concreto, frente a otra pieza realmente singular y enigmática: un gorro ceremonial de oro repujado de la Edad de Bronce, cuya procedencia se desconoce y que, comprobamos, se decoró con referencias a los astros. Resulta curiosa su forma cónica, que recuerda a un capirote de la semana santa sevillana.

Antes de salir, nos detenemos en la tienda del museo. Nos sorprende la cantidad casi infinita de reproducciones a todos los tamaños del busto de Nefertiti. Me fijo en los precios de las reproducciones a tamaño natural allí expuestas; en una se indica que vale 5.000 euros. Me quedo horrorizado y ojiplático no por el coste en sí, sino porque la pieza está realizada de una manera muy grosera y sin demasiada fidelidad en los rasgos y especialmente en los colores, que en esta copia parecen más propios de un ninot de una falla valenciana. Pienso que estos alemanes actuales están perdiendo también el buen gusto o las maneras de la buena artesanía y, sobre todo, corren el peligro de perder el sentido y el valor de las cosas.

jueves, 16 de octubre de 2025

Nuevo libro: "La vuelta al mundo en 80 museos"

 

Portada del libro:
"La vuelta al mundo
en 80 museos"
Al fin, aquí están los museos... recubiertos con la vanidad del papel impreso y en colaboración con Eduardo Moga, compañero de batallas poéticas.

Se puede adquirir también la web de la editorial:

https://trea.es/producto/87790-02-vuelta-mundo-80/

 


lunes, 22 de septiembre de 2025

Museo Arqueológico de Fuerteventura (Betancuria, Fuerteventura)

Entrada al Museo Arqueológico de Fuerteventura

Accedemos por una carretera serpenteante hasta la recóndita localidad de Betancuria, en el interior de la isla de Fuerteventura. Cuesta imaginar que aquí se estableciera la primera capital isleña tras la conquista española, pero este lugar, casi secreto, nos recuerda que durante siglos los habitantes de la isla —aborígenes o colonos europeos— tuvieron que hacer frente tanto a disputas internas como a la piratería menos hollywoodiense y más destructiva. De hecho, la lejanía de la costa no impidió que, en 1593, una incursión berberisca arrasara el enclave por completo. Hoy Betancuria parece existir para el disfrute —aparente y calculado— de los turistas, gracias a su centro histórico impecable y petrificado en el tiempo.

Llegamos tan temprano que no encontramos a casi nadie por las calles. Nos dirigimos enseguida al Museo Arqueológico, un edificio nuevo, moderno y funcional, situado en una ladera frente al casco histórico. Acaban de abrir. Nos preguntan de dónde venimos y nos recuerdan que la entrada es gratuita.

En la planta baja descubrimos la exposición permanente bajo un lema elocuente: «Donde renacen los aborígenes». Esta institución, inaugurada hace pocos años, reúne objetos y vestigios anteriores a la colonización española. La arqueología en las Islas Canarias tiene características únicas, muy distintas —es obvio— de cualquier otra parte del mundo, especialmente de la arqueología peninsular. Aquí vivieron etnias aborígenes (llamadas genéricamente guanches) que, en Lanzarote y Fuerteventura —las islas más cercanas al continente africano—, recibían el nombre de “majos” o “mahos” (origen del gentilicio majorero). Estas poblaciones sobrevivieron en una especie de prehistoria hasta la llegada de los europeos, cuando desaparecieron de manera más o menos “misteriosa” (la ironía se entiende).

El museo, con una clara vocación pedagógica, plantea preguntas que la arqueología y la historia aún no han podido responder con certeza. ¿De dónde vinieron estas poblaciones? Se barajan varias teorías: que emigraran desde el norte de África o, incluso, una más sorprendente, según la cual los romanos las habrían expulsado del continente y traído hasta aquí. Lo cierto es que se han hallado objetos romanos en la isla de Lobos, junto a la costa norte de Fuerteventura, donde, al parecer, se practicó alguna actividad minera. En el museo pueden verse fragmentos de esas vasijas romanas. También se abren interrogantes sobre si los aborígenes conocían la escritura: existen signos grabados en paredes que podrían formar un sistema rudimentario de signos. Poco se sabe igualmente de sus creencias, aunque aquí puede admirarse el célebre ídolo antropomorfo hallado en la Cueva de los Ídolos (La Oliva), una figurilla que, pese a su tamaño mínimo y a los escasos trazos con los que representa lo humano, resulta fascinante.

En la planta superior nos sorprenden dos dispositivos de realidad virtual. Al colocárnoslos, comienza una proyección inmersiva en la que asistimos a un ritual funerario dentro de una cueva aborigen. El museo dedica también un espacio a quienes excavaron e investigaron en la isla: desde Ramón F. Castañeyra, autor en 1883 de la primera publicación sobre la arqueología de Fuerteventura, hasta los arqueólogos más recientes, todos tienen aquí un lugar de reconocimiento. Desde las salas superiores se disfruta, además, de unas excelentes vistas sobre la población.

Al salir, el panorama ha cambiado por completo: la localidad se ha llenado de turistas. Varios autocares se han estacionado en la entrada y un enjambre multicolor de idiomas y vestimentas invade cada rincón, como los berberiscos del siglo XVI, aunque ahora con fines pacíficos. Para nosotros ha llegado la hora de escapar de Betancuria.



martes, 29 de julio de 2025

Museo Víctor Balaguer (Vilanova i la Geltrú, Barcelona)

Interior del Museo
Víctor Balaguer

Un día caluroso de julio nos acercamos a Vilanova i la Geltrú para visitar la Biblioteca Museu Víctor Balaguer. El centro de la población está muy concurrido; vemos a familias pertrechadas con sombrillas y sillas plegables en dirección a la playa, y otras personas van a paso firme, incluso corriendo, hacia la cercana estación de tren. Nosotros nos quedamos frente a un edificio que parece un templo. Efectivamente, se trata de un lugar dedicado a la veneración de las artes y el saber. El contenedor del museo es, en sí, ya una declaración de intenciones: tiene una estética algo ecléctica entre neoclásica e historicista, con capiteles de inspiración egipcia. Sobre el frontispicio de la entrada podemos leer: Surge et ambula, y en el suelo: Ave. El polifacético político y escritor catalán Víctor Balaguer Cirera (1824-1901), masón y liberal, dejó gran parte de su legado en esta Biblioteca Museu que él mismo fundó en Vilanova i la Geltrú en 1884.

Entramos y seguimos teniendo la sensación de que estamos en un templo, pero ya no por el edificio o por lo que vemos, sino porque un silencio sepulcral nos rodea debido a que somos los únicos visitantes. Nos alegramos y, a la vez, nos lamentamos por ello, pues el museo promete, y no entendemos muy bien por qué es tan poco conocido fuera de Vilanova i la Geltrú. Nos sorprende aún más este desconocimiento, ya que aquí se encuentra nada más y nada menos que un depósito de obras del mismísimo Museo del Prado. Fue voluntad del propio Víctor Balaguer que así fuera.

En la primera sala, un magnífico espacio de techo altísimo con esculturas en el centro, vemos obras de autores catalanes de finales del siglo XIX, como Ramón Casas, Santiago Rusiñol y Mariano Fortuny, entre otros; también una obra historicista de juventud, de gran formato, de Sorolla. Desde allí podemos acceder a la denominada Sala Prado, evidentemente dedicada a las obras en depósito del Museo del Prado. Aquí hay una pequeña pero significativa selección del llamado Siglo de Oro del arte español: una Sagrada Familia de El Greco, pinturas de Ribera, Maíno y una preciosa vista de Bruselas con personajes históricos de Brueghel; también un par de copias de Goya de retratos reales.

Desde aquí se puede acceder a unas salas más pequeñas con diferentes piezas arqueológicas egipcias y también de otras procedencias, como América y Filipinas, lo que nos recuerda los amplios intereses intelectuales y artísticos de Víctor Balaguer, pero especialmente que llegó a ser ministro de Ultramar. En las cartelas de estas secciones se pueden leer algunas referencias críticas al colonialismo que no sabemos si son lamentos pertinentes o disculpas sin convicción.

En la segunda planta se encuentra el arte del siglo XX: desde un Anglada Camarasa muy festivo, pasando por Isidre Nonell y Joaquim Mir, hasta algunos pintores catalanes de la segunda mitad del siglo, como Pijoan, Ràfols Casamada y otros. Me llama la atención un Saura, como siempre tan tremendista, y que siempre ha tenido la virtud de atraerme y disgustarme al mismo tiempo.

Al fin, justo antes de salir, recorremos la famosa biblioteca, un espacio amplio rodeado de libros encerrados en vitrinas, y que forma parte del gran legado de Balaguer a la localidad de Vilanova i la Geltrú. Salimos de nuevo a la calle, y el sol apremiante nos hace correr hacia un nuevo refugio.

martes, 8 de octubre de 2024

Museo Arqueológico de Split (Croacia)

 

Interior del Museo
Arqueológico de Split 
Hace un calor sofocante. Sin embargo, las calles de esta ciudad asomada al Adriático están repletas de grupos de turistas que vienen y van en busca de algún resto del palacio de Diocleciano. Y acaba de llegar al puerto un gran crucero repleto de personas ávidas de caminar sobre tierra firme. Nosotros nos alejamos del centro  y pensamos que visitar un museo, con la promesa de un aire acondicionado, es una buena opción. Sin embargo, al llegar al Museo Arqueológico de Split nos llevamos la amarga sorpresa de que gran parte de las instalaciones están en el exterior o a cobijo de una galería abierta. Únicamente un gran edificio con aires historicistas tiene en su planta baja una sala de exhibición. Corremos hacia su interior. Nos encontramos que, en unas salas modernas, se ha montado una exposición identificada bajo el nombre de "Memento mori". Aquí se han reunido diferentes piezas arqueológicas encontradas en la necrópolis de Solona, cercana a Split, durante las excavaciones arqueológicas que tuvieron lugar durante la construcción de una carretera en los años 80 del pasado siglo. Así, tanto se explica el proceso de excavación arqueológica, con sus planos y dibujos, como el detalle de lo hallado.
Aunque lo más interesante para nosotros, y que hemos avistado al entrar en el museo, se encuentra en el pórtico exterior. Así que nos armamos de valor y volvemos a salir al patio del museo. Aquí, efectivamente, se encuentra una infinidad de objetos, esculturas, lápidas, etc. procedentes de diferentes lugares de la costa dálmata, mayoritariamente de época imperial romana. Y es que esta parte de la costa de Croacia se llamó Dalmacia en la Antigüedad, y formó parte del Imperio Romano. Grandes sarcófagos con decoraciones en bajorrelieve de muy buena factura, inscripciones sobre lápidas de todo tipo, ánforas de aceite o de vino, en este lugar podemos encontrar algunos de los testimonios del pasado romano de la región. 
No obstante, el mayor legado de aquella época, o el más fastuoso, se encuentra en la parte antigua de Split y  no hay que pagar entrada para verlo: se trata del palacio que el emperador Diocleciano hizo construir en este lugar. Contrariamente a lo que ha ocurrido con otros edificios romanos: que han sido desmontado a lo largo de los siglos para construir otros edificios, en Split, tras la caída del Imperio Romano, fueron los habitante de la zona quienes conservaron el palacio casi intacto al construir sus propias casas en su interior, a cobijo de los robustos muros imperiales. Hoy aquella anomalía es el principal atractivo de la ciudad y un imán para los turistas culturetas como nosotros.

https://www.armus.hr/en/

sábado, 20 de julio de 2024

Casa Museo Villa del Tiempo Encontrado (Cabourg, Francia)


 









La llamada Belle Époque es un tiempo con un principio indeterminado (algunos dicen que se inicia con el fin de la guerra franco-prusiana, pero ciertamente sería durante el último cuarto del siglo XIX); por el contrario, termina abruptamente con el comienzo de la I Guerra Mundial (1914). Dicho periodo feliz tuvo en París uno de sus más importantes epicentros: desde la ciudad de la luz se irradió cultura, arte, ciencia, desarrollo industrial y de las comunicaciones, pero también una forma despreocupada o desenfadada de vivir, así como el mayor período de expansionismo o colonialismo europeo. Como dice Orlando Figes en su magnífico ensayo Los europeos, la ópera (italiana) y el ferrocarril construyeron Europa hasta el advenimiento de la Gran Guerra, después surgieron las fronteras, los nacionalismos, cayeron imperios y emergieron los EEUU como potencia y adalides del mundo libre.

Durante aquellas décadas previas a la gran desastre, las clases medias y/o acomodadas de las grandes urbes europeas buscaban, especialmente durante el verano, lugares de ocio y divertimento. El desarrollo de la red de ferrocarril facilitó los desplazamientos. Se buscaban ciudades balnearios o también lugares benignos en la costa, donde la sociedad urbana volvía a reencontrarse. Aquí, en la localidad normanda de Cabourg podemos encontrar un buen ejemplo de ello, cuya fama perdura hasta ahora gracias a que su paseo marítimo y al famoso hotel casino que lo preside aparecen mencionados en En busca del tiempo perdido de Marcel Proust; pues a esta localidad acudían (y acuden) los parisinos para pasar los veranos relajadamente, reproduciendo en un entorno vacacional los roles y jerarquías sociales de sus lugares de procedencia, pero bajo una advocación más benigna, amable o informal.

No podríamos imaginar un sitio mejor para encontrar un museo dedicado a la Belle Época. Es verano también y recorremos las calles y animadas avenidas de Cabourg: nos maravillamos con las grandes mansiones con un aire campestres, algunas muy bien conservadas, que se entrevén tras las verjas. Aquí mismo se ha remodelado una antigua villa de finales del siglo XIX: la Villa du temps retrouvé. Nos acercamos dando un paseo, atraídos por el canto de las sirenas finiseculares. Parece ser que Proust conoció el esplendor de esta localidad normanda, aunque nunca se alojó precisamente en esta casa señorial reconvertida en museo; sin embargo aquí está muy presente, pues nada más entrar, en el jardín, nos recibe una estatua de cuerpo entero del escritor: muestra un aire algo desenfadado. Como dicen en la entrada la Villa no es un museo sobre Proust, sino un museo con Proust. 

Entramos en la mansión, previo pago de nuestras correspondientes entradas, y recorremos sus habitaciones y salones, todo repleto de fotos, objetos, portadas de periódicos, muebles, libros, vestidos de mujer o de hombre, cuadros, pero sobre todo de pantallas interactivas de todos los tamaños con filmaciones antiguas, donde se ha recreado el ambiente finisecular y desenfadado de la Belle Époque. Me parece que algunos fragmentos de las filmaciones que se muestran son de Segundo de Chomón, pionero del cine y turolense universal, pero poco conocido; busco la referencia en las cartelas o las explicaciones que salpican los objetos, sin embargo no encuentro su nombre ni otras referencias autorales. Parece que aquí, más que la ambientación o el rigor, priman las pantallas interactivas, la visualización, las proyecciones, la tecnología punta. Tanta digitalización nos aleja de aquella época suspendida entre dos siglos, cuyo esplendor y saber vivir se perdió abruptamente el día que las potencias europeos decidieron comenzar una guerra fratricida que sería interminable, algunas de cuyas consecuencias han perdurado hasta la actualidad.

https://villadutempsretrouve.com/