Un viaje al rededor de los museos

Museos pequeños, museos con encanto, museos poco conocidos, museos y/o fundaciones de mis artistas o arquitectos favoritos, museos que he tenido el gusto de visitar y que, por diferentes razones, merecerían volver a ser visitados.

Todos los textos y fotos de este blog son autoría y propiedad de Agustín Calvo Galán. Si quieres citarlos o usar las fotos, puedes hacerlo; pero, por favor, indica la procedencia y la autoría. Gracias.

lunes, 22 de septiembre de 2025

Museo Arqueológico de Fuerteventura (Betancuria, Fuerteventura)

Accedemos por una carretera serpenteante hasta la recóndita localidad de Betancuria, en el interior de la isla de Fuerteventura. Cuesta imaginar que aquí se estableciera la primera capital isleña tras la conquista española, pero este lugar, casi secreto, nos recuerda que durante siglos los habitantes de la isla —aborígenes o colonos europeos— tuvieron que hacer frente tanto a disputas internas como a la piratería menos hollywoodiense y más destructiva. De hecho, la lejanía de la costa no impidió que, en 1593, una incursión berberisca arrasara el enclave por completo. Hoy Betancuria parece existir para el disfrute —aparente y calculado— de los turistas, gracias a su centro histórico impecable y petrificado en el tiempo.

Llegamos tan temprano que no encontramos a casi nadie por las calles. Nos dirigimos enseguida al Museo Arqueológico, un edificio nuevo, moderno y funcional, situado en una ladera frente al casco histórico. Acaban de abrir. Nos preguntan de dónde venimos y nos recuerdan que la entrada es gratuita.

En la planta baja descubrimos la exposición permanente bajo un lema elocuente: «Donde renacen los aborígenes». Esta institución, inaugurada hace pocos años, reúne objetos y vestigios anteriores a la colonización española. La arqueología en las Islas Canarias tiene características únicas, muy distintas —es obvio— de cualquier otra parte del mundo, especialmente de la arqueología peninsular. Aquí vivieron etnias aborígenes (llamadas genéricamente guanches) que, en Lanzarote y Fuerteventura —las islas más cercanas al continente africano—, recibían el nombre de “majos” o “mahos” (origen del gentilicio majorero). Estas poblaciones sobrevivieron en una especie de prehistoria hasta la llegada de los europeos, cuando desaparecieron de manera más o menos “misteriosa” (la ironía se entiende).

El museo, con una clara vocación pedagógica, plantea preguntas que la arqueología y la historia aún no han podido responder con certeza. ¿De dónde vinieron estas poblaciones? Se barajan varias teorías: que emigraran desde el norte de África o, incluso, una más sorprendente, según la cual los romanos las habrían expulsado del continente y traído hasta aquí. Lo cierto es que se han hallado objetos romanos en la isla de Lobos, junto a la costa norte de Fuerteventura, donde, al parecer, se practicó alguna actividad minera. En el museo pueden verse fragmentos de esas vasijas romanas. También se abren interrogantes sobre si los aborígenes conocían la escritura: existen signos grabados en paredes que podrían formar un sistema rudimentario de signos. Poco se sabe igualmente de sus creencias, aunque aquí puede admirarse el célebre ídolo antropomorfo hallado en la Cueva de los Ídolos (La Oliva), una figurilla que, pese a su tamaño mínimo y a los escasos trazos con los que representa lo humano, resulta fascinante.

En la planta superior nos sorprenden dos dispositivos de realidad virtual. Al colocárnoslos, comienza una proyección inmersiva en la que asistimos a un ritual funerario dentro de una cueva aborigen. El museo dedica también un espacio a quienes excavaron e investigaron en la isla: desde Ramón F. Castañeyra, autor en 1883 de la primera publicación sobre la arqueología de Fuerteventura, hasta los arqueólogos más recientes, todos tienen aquí un lugar de reconocimiento. Desde las salas superiores se disfruta, además, de unas excelentes vistas sobre la población.

Al salir, el panorama ha cambiado por completo: la localidad se ha llenado de turistas. Varios autocares se han estacionado en la entrada y un enjambre multicolor de idiomas y vestimentas invade cada rincón, como los berberiscos del siglo XVI, aunque ahora con fines pacíficos. Para nosotros ha llegado la hora de escapar de Betancuria.



martes, 29 de julio de 2025

Museo Víctor Balaguer (Vilanova i la Geltrú, Barcelona)

Un día caluroso de julio nos acercamos a Vilanova i la Geltrú para visitar la Biblioteca Museu Víctor Balaguer. El centro de la población está muy concurrido; vemos a familias pertrechadas con sombrillas y sillas plegables en dirección a la playa, y otras personas van a paso firme, incluso corriendo, hacia la cercana estación de tren. Nosotros nos quedamos frente a un edificio que parece un templo. Efectivamente, se trata de un lugar dedicado a la veneración de las artes y el saber. El contenedor del museo es, en sí, ya una declaración de intenciones: tiene una estética algo ecléctica entre neoclásica e historicista, con capiteles de inspiración egipcia. Sobre el frontispicio de la entrada podemos leer: Surge et ambula, y en el suelo: Ave. El polifacético político y escritor catalán Víctor Balaguer Cirera (1824-1901), masón y liberal, dejó gran parte de su legado en esta Biblioteca Museu que él mismo fundó en Vilanova i la Geltrú en 1884.

Entramos y seguimos teniendo la sensación de que estamos en un templo, pero ya no por el edificio o por lo que vemos, sino porque un silencio sepulcral nos rodea debido a que somos los únicos visitantes. Nos alegramos y, a la vez, nos lamentamos por ello, pues el museo promete, y no entendemos muy bien por qué es tan poco conocido fuera de Vilanova i la Geltrú. Nos sorprende aún más este desconocimiento, ya que aquí se encuentra nada más y nada menos que un depósito de obras del mismísimo Museo del Prado. Fue voluntad del propio Víctor Balaguer que así fuera.

En la primera sala, un magnífico espacio de techo altísimo con esculturas en el centro, vemos obras de autores catalanes de finales del siglo XIX, como Ramón Casas, Santiago Rusiñol y Mariano Fortuny, entre otros; también una obra historicista de juventud, de gran formato, de Sorolla. Desde allí podemos acceder a la denominada Sala Prado, evidentemente dedicada a las obras en depósito del Museo del Prado. Aquí hay una pequeña pero significativa selección del llamado Siglo de Oro del arte español: una Sagrada Familia de El Greco, pinturas de Ribera, Maíno y una preciosa vista de Bruselas con personajes históricos de Brueghel; también un par de copias de Goya de retratos reales.

Desde aquí se puede acceder a unas salas más pequeñas con diferentes piezas arqueológicas egipcias y también de otras procedencias, como América y Filipinas, lo que nos recuerda los amplios intereses intelectuales y artísticos de Víctor Balaguer, pero especialmente que llegó a ser ministro de Ultramar. En las cartelas de estas secciones se pueden leer algunas referencias críticas al colonialismo que no sabemos si son lamentos pertinentes o disculpas sin convicción.

En la segunda planta se encuentra el arte del siglo XX: desde un Anglada Camarasa muy festivo, pasando por Isidre Nonell y Joaquim Mir, hasta algunos pintores catalanes de la segunda mitad del siglo, como Pijoan, Ràfols Casamada y otros. Me llama la atención un Saura, como siempre tan tremendista, y que siempre ha tenido la virtud de atraerme y disgustarme al mismo tiempo.

Al fin, justo antes de salir, recorremos la famosa biblioteca, un espacio amplio rodeado de libros encerrados en vitrinas, y que forma parte del gran legado de Balaguer a la localidad de Vilanova i la Geltrú. Salimos de nuevo a la calle, y el sol apremiante nos hace correr hacia un nuevo refugio.