Un viaje al rededor de los museos

Museos pequeños, museos con encanto, museos poco conocidos, museos y/o fundaciones de mis artistas o arquitectos favoritos, museos que he tenido el gusto de visitar y que, por diferentes razones, merecerían volver a ser visitados.

Todos los textos y fotos de este blog son autoría y propiedad de Agustín Calvo Galán. Si quieres citarlos o usar las fotos, puedes hacerlo; pero, por favor, indica la procedencia y la autoría. Gracias.

martes, 8 de octubre de 2024

Museo Arqueológico de Split (Croacia)

 

Hace un calor sofocante. Sin embargo, las calles de esta ciudad asomada al Adriático están repletas de grupos de turistas que vienen y van en busca de algún resto del palacio de Diocleciano. Y acaba de llegar al puerto un gran crucero repleto de personas ávidas de caminar sobre tierra firme. Nosotros nos alejamos del centro  y pensamos que visitar un museo, con la promesa de un aire acondicionado, es una buena opción. Sin embargo, al llegar al Museo Arqueológico de Split nos llevamos la amarga sorpresa de que gran parte de las instalaciones están en el exterior o a cobijo de una galería abierta. Únicamente un gran edificio con aires historicistas tiene en su planta baja una sala de exhibición. Corremos hacia su interior. Nos encontramos que, en unas salas modernas, se ha montado una exposición identificada bajo el nombre de "Memento mori". Aquí se han reunido diferentes piezas arqueológicas encontradas en la necrópolis de Solona, cercana a Split, durante las excavaciones arqueológicas que tuvieron lugar durante la construcción de una carretera durante los años 80 del pasado siglo. Así, tanto se explica el proceso de excavación arqueológica, con sus planos y dibujos, como el detalle de lo hallado.
Aunque lo más interesante para nosotros, y que hemos avistado al entrar en el museo, se encuentra en el pórtico exterior. Así que nos armamos de valor y volvemos a salir al patio del museo. Aquí, efectivamente, se encuentra una infinidad de objetos, esculturas, lápidas, etc procedentes de diferentes lugares de la costa dálmata, mayoritariamente de época imperial romana. Y es que esta parte de la costa de Croacia se llamó Dalmacia en la Antigüedad, y formó parte del Imperio Romano. Grandes sarcófagos con decoraciones en bajorrelieve de muy buena factura, inscripciones sobre lápidas de todo tipo, ánforas de aceite o de vino, en este lugar podemos encontrar algunos de los testimonios del pasado romano de la región. 
No obstante, el mayor legado de aquella época, o el más fastuoso, se encuentra en la parte antigua de Split y  no hay que pagar entrada para verlo: se trata del palacio que el emperador Diocleciano hizo construir en este lugar. Contrariamente a lo que ha ocurrido con otros edificios romanos: que han sido desmontado a lo largo de los siglos para construir otros edificios, en Split, tras la caída del Imperio Romano, fueron los habitante de la zona quienes conservaron el palacio casi intacto al construir sus propias casas en su interior, a cobijo de los robustos muros imperiales. Hoy aquella anomalía es el principal atractivo de la ciudad y un imán para los turistas como nosotros.

https://www.armus.hr/en/

sábado, 20 de julio de 2024

Casa Museo Villa del Tiempo Encontrado (Cabourg, Francia)


 









La llamada Belle Époque es un tiempo con un principio indeterminado (algunos dicen que se inicia con el fin de la guerra franco-prusiana, pero ciertamente sería durante el último cuarto del siglo XIX); por el contrario, termina abruptamente con el comienzo de la I Guerra Mundial (1914). Dicho periodo feliz tuvo en París uno de sus más importantes epicentros: desde la ciudad de la luz se irradió cultura, arte, ciencia, desarrollo industrial y de las comunicaciones, pero también una forma despreocupada o desenfadada de vivir, así como el mayor período de expansionismo o colonialismo europeo. Como dice Orlando Figes en su magnífico ensayo Los europeos, la ópera (italiana) y el ferrocarril construyeron Europa hasta el advenimiento de la Gran Guerra, después surgieron las fronteras, los nacionalismos, cayeron imperios y emergieron los EEUU como potencia y adalides del mundo libre.

Durante aquellas décadas previas a la gran desastre, las clases medias y/o acomodadas de las grandes urbes europeas buscaban, especialmente durante el verano, lugares de ocio y divertimento. El desarrollo de la red de ferrocarril facilitó los desplazamientos. Se buscaban ciudades balnearios o también lugares benignos en la costa, donde la sociedad urbana volvía a reencontrarse. Aquí, en la localidad normanda de Cabourg podemos encontrar un buen ejemplo de ello, cuya fama perdura hasta ahora gracias a que su paseo marítimo y al famoso hotel casino que lo preside aparecen mencionados en En busca del tiempo perdido de Marcel Proust; pues a esta localidad acudían (y acuden) los parisinos para pasar los veranos relajadamente, reproduciendo en un entorno vacacional los roles y jerarquías sociales de sus lugares de procedencia, pero bajo una advocación más benigna, amable o informal.

No podríamos imaginar un sitio mejor para encontrar un museo dedicado a la Belle Época. Es verano también y recorremos las calles y animadas avenidas de Cabourg: nos maravillamos con las grandes mansiones con un aire campestres, algunas muy bien conservadas, que se entrevén tras las verjas. Aquí mismo se ha remodelado una antigua villa de finales del siglo XIX: la Villa du temps retrouvé. Nos acercamos dando un paseo, atraídos por el canto de las sirenas finiseculares. Parece ser que Proust conoció el esplendor de esta localidad normanda, aunque nunca se alojó precisamente en esta casa señorial reconvertida en museo; sin embargo aquí está muy presente, pues nada más entrar, en el jardín, nos recibe una estatua de cuerpo entero del escritor: muestra un aire algo desenfadado. Como dicen en la entrada la Villa no es un museo sobre Proust, sino un museo con Proust. 

Entramos en la mansión, previo pago de nuestras correspondientes entradas, y recorremos sus habitaciones y salones, todo repleto de fotos, objetos, portadas de periódicos, muebles, libros, vestidos de mujer o de hombre, cuadros, pero sobre todo de pantallas interactivas de todos los tamaños con filmaciones antiguas, donde se ha recreado el ambiente finisecular y desenfadado de la Belle Époque. Me parece que algunos fragmentos de las filmaciones que se muestran son de Segundo de Chomón, pionero del cine y turolense universal, pero poco conocido; busco la referencia en las cartelas o las explicaciones que salpican los objetos, sin embargo no encuentro su nombre ni otras referencias autorales. Parece que aquí, más que la ambientación o el rigor, priman las pantallas interactivas, la visualización, las proyecciones, la tecnología punta. Tanta digitalización nos aleja de aquella época suspendida entre dos siglos, cuyo esplendor y saber vivir se perdió abruptamente el día que las potencias europeos decidieron comenzar una guerra fratricida que sería interminable, algunas de cuyas consecuencias han perdurado hasta la actualidad.

https://villadutempsretrouve.com/

lunes, 29 de abril de 2024

Museo del Palmeral (Elche, Alicante)


Cuando el visitante ocasional llega Elche y busca su famoso palmeral (declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco desde el año 2000) no suele ser consciente de que toda la ciudad es, en realidad, el palmeral; o mejor dicho, que el palmeral se distribuye por las diferentes partes de la ciudad formando huertos, pequeños y grandes parques llenos de palmeras y otro tipo de árboles o vegetación. Por lo tanto es inútil buscar el palmeral, simplemente hay que pasear por la ciudad y adentrarse en sus diferentes zonas arboladas para poder admirar no un oasis en medio del desierto sino una gran ciudad europea repleta de palmeras (según parece hay entre 200.000 y 300.000). 
No obstante, junto al precioso y cuidadísimo "Huerto del cura" (en cuyo interior se encuentra la sorprendente palmera imperial con sus 8 brazos que, según cuentan, ya admiró la emperatriz Sisi a finales del siglo XIX en su visita a la ciudad ilicitana), podemos encontrar el Museo del Palmeral. Aquí, más que un museo, nos encontramos ante un centro de interpretación (expresión tan usada hoy en día), porque se trata de una introducción al palmeral pero sobre todo lo que ha supuesto el cultivo de las palmeras a lo largo de la historia en Elche. Además, el museo ha servido como excusa perfecta para conservar dos casas tradicionales labriegas del siglo XIX unidas por un vistoso pasadizo de madera con forma de balcón, rodeado todo, por supuesto, de palmeras pero también de la ciudad moderna.
Visitamos Elche en junio, un mes que parece propicio, pero hace un calor sofocante desde primera hora de la mañana, así que buscamos refugio climático cada cierto tiempo. Por eso mismo al entrar en el pequeño museo el aire acondicionado tenemos la impresión de que aquí nos dan una amorosa bienvenida. Recorremos sus diferentes estancias, nos interesamos por la historia milenaria de las palmeras, sus formas de cultivo y riego, las herramientas y el cuidado, sus aportes culturales y su aprovechamiento (como la recolección de dátiles). Famoso es el trabajo de trenzado de la hoja de las palmeras, con las que, tras un proceso de blanqueamiento, se confeccionan las tradicionales palmas de pascua.
Pasamos también por el balcón pasadizo que une las dos casas del museo y contemplamos las palmeras que nos rodean con admiración y sin pasar el calor acobardante del exterior. El museo se nos acaba rápido y no podemos demorar demasiado nuestra vuelta al calor exterior, aunque siempre nos quedará la fina y alta sombra de las palmeras para continuar nuestro paseo ilicitano.

 https://www.visitelche.com/cultura/museos/museo-del-palmeral/

miércoles, 31 de enero de 2024

Museo Memorial de la Batalla de Normandía (Bayeux, Francia)









En las localidades próximas a las playas de Normandía, y más concretamente en el Departamento de Calvados, donde se produjo el famoso desembarco que marcó el inicio del fin de la II Guerra Mundial, podemos encontrar una infinidad de testimonios de aquellos años infaustos que devastaron Europa y produjeron los mayores horrores que la humanidad haya conocido a lo largo de los siglos. 
En nuestra visita a Caen ya nos habíamos encontrado, en la llamada Abadía de los Hombre, con dos exposiciones: una con fotos muy conocidas de Robert Doisneau y otra con testimonios materiales y fotográficos del sufrimiento de la población de la ciudad justo antes del desembarco y la liberación de Francia, cuando los aliados bombardearon Caen, ocupada por las tropas alemanas, y la población se refugió en la abadía (al parecer los aliados señalaron aquel lugar con magníficos muros para que se cobijaran, pues era un edificio singular, fácil de identificar desde el aire, sobre el que los aviones no iban a tirar bombas).
Ahora, de nuevo en Bayeux, atravesamos la ciudad y por unos jardines de un verdor espléndido, entre grandes carros de combate y tanques impolutos de la II Guerra Mundial varados como ballenas en la tierra firme, accedemos a la entrada del Museo Memorial de la Batalla de Normandía. El edificio es moderno, casi parece un cuartel o una comandancia militar actual.
Acedemos y enseguida entramos en materia: en la primera sala encontramos identificados a todos los oficiales de mayor graduación que participaron tanto en el lado alemán (defendiendo las posiciones) como en el bando aliado (desembarcando en las playas) durante el llamado día D, también hay planos, maquetas, fotos de las tropas, insignias militares, etc. A continuación vamos accediendo a salas de mayor tamaño, donde a través de mapas e imágenes vamos siguiendo cómo las tropas aliadas ganaban terreno en la costa normanda y en el interior. Las fechas de aquel junio de 1944 aparecen en grandes letras, a medida que avanzamos, así, durante el recorrido, la cronología también avanza con nosotros, pero ya sin expectación por saber cuándo acabará la guerra. Banderas que han perdido su fulgor y colorido, más planos de las playas y las carreteras, maniquís con los diferentes uniformes, parafernalia militar de todo tipo, máscaras de gas, latas antiguas de avituallamiento, objetos que por sí mismo ya cuentan la gran hazaña, pero también las pequeñas historias humanas de aquellos días de hierro, sangre y fuego. De paso, aquí ya encontramos expuestas armas ligeras, cascos, uniformes y más fotografías sobre el famoso desembarco. Al fin, en una gran sala, aparecen los vehículos ligeros, los morteros y demás armamento pesado. En un lateral, nos llaman la atención unas grandes fotografías antiguas de la ciudad de Caen, en unas se muestran la ciudad antes de la guerra y en otras cómo quedó casi completamente destruida. Caen, la mártir, decían los periódicos tras la contienda, detrás, una especie de diorama gigante nos enseña un lugar en ruinas, destruido por los bombardeos y la desbanda de los ocupantes.
En una pequeña sala podemos ver un documental en el que se muestras imágenes de De Gaulle entrando en Bayeux, tras su liberación, y cómo aquí mismo pronunció su primer discurso público en suelo francés. 
Al fin, un poco desorientados o cansados de tantas armas y tanto campo de batalla, ciertamente, la temática militar no nos entusiasma demasiado, salimos del museo.
Preferimos volver a la Francia liberada, la actual, aquí tan deudora de las tropas aliadas, de los canadienses, los británicos y, sobre todo, los estadounidenses que lucharon por sobrevivir ellos mismos en aquel entorno infernal de las playas y que, no sé si conscientes, lucharon por todos nosotros y porque Europa fuera lo que hoy es. Merece la pena recordarlos visitando un museo o en nuestro día a día en libertad.