Mis museos favoritos
Museos pequeños, museos con encanto, museos poco conocidos, museos y/o fundaciones de mis artistas o arquitectos favoritos, museos que he tenido el gusto de visitar y que, por diferentes razones, merecerían volver a ser visitados.
Todos los textos y fotos de este blog son autoría y propiedad de Agustín Calvo Galán. Si quieres citarlos o usar las fotos, puedes hacerlo; pero, por favor, indica la procedencia y la autoría. Gracias.
martes, 8 de octubre de 2024
Museo Arqueológico de Split (Croacia)
sábado, 20 de julio de 2024
Casa Museo Villa del Tiempo Encontrado (Cabourg, Francia)
La llamada Belle Époque es un tiempo con un principio indeterminado (algunos dicen que se inicia con el fin de la guerra franco-prusiana, pero ciertamente sería durante el último cuarto del siglo XIX); por el contrario, termina abruptamente con el comienzo de la I Guerra Mundial (1914). Dicho periodo feliz tuvo en París uno de sus más importantes epicentros: desde la ciudad de la luz se irradió cultura, arte, ciencia, desarrollo industrial y de las comunicaciones, pero también una forma despreocupada o desenfadada de vivir, así como el mayor período de expansionismo o colonialismo europeo. Como dice Orlando Figes en su magnífico ensayo Los europeos, la ópera (italiana) y el ferrocarril construyeron Europa hasta el advenimiento de la Gran Guerra, después surgieron las fronteras, los nacionalismos, cayeron imperios y emergieron los EEUU como potencia y adalides del mundo libre.
Durante aquellas décadas previas a la gran desastre, las clases medias y/o acomodadas de las grandes urbes europeas buscaban, especialmente durante el verano, lugares de ocio y divertimento. El desarrollo de la red de ferrocarril facilitó los desplazamientos. Se buscaban ciudades balnearios o también lugares benignos en la costa, donde la sociedad urbana volvía a reencontrarse. Aquí, en la localidad normanda de Cabourg podemos encontrar un buen ejemplo de ello, cuya fama perdura hasta ahora gracias a que su paseo marítimo y al famoso hotel casino que lo preside aparecen mencionados en En busca del tiempo perdido de Marcel Proust; pues a esta localidad acudían (y acuden) los parisinos para pasar los veranos relajadamente, reproduciendo en un entorno vacacional los roles y jerarquías sociales de sus lugares de procedencia, pero bajo una advocación más benigna, amable o informal.
No podríamos imaginar un sitio mejor para encontrar un museo dedicado a la Belle Época. Es verano también y recorremos las calles y animadas avenidas de Cabourg: nos maravillamos con las grandes mansiones con un aire campestres, algunas muy bien conservadas, que se entrevén tras las verjas. Aquí mismo se ha remodelado una antigua villa de finales del siglo XIX: la Villa du temps retrouvé. Nos acercamos dando un paseo, atraídos por el canto de las sirenas finiseculares. Parece ser que Proust conoció el esplendor de esta localidad normanda, aunque nunca se alojó precisamente en esta casa señorial reconvertida en museo; sin embargo aquí está muy presente, pues nada más entrar, en el jardín, nos recibe una estatua de cuerpo entero del escritor: muestra un aire algo desenfadado. Como dicen en la entrada la Villa no es un museo sobre Proust, sino un museo con Proust.
Entramos en la mansión, previo pago de nuestras correspondientes entradas, y recorremos sus habitaciones y salones, todo repleto de fotos, objetos, portadas de periódicos, muebles, libros, vestidos de mujer o de hombre, cuadros, pero sobre todo de pantallas interactivas de todos los tamaños con filmaciones antiguas, donde se ha recreado el ambiente finisecular y desenfadado de la Belle Époque. Me parece que algunos fragmentos de las filmaciones que se muestran son de Segundo de Chomón, pionero del cine y turolense universal, pero poco conocido; busco la referencia en las cartelas o las explicaciones que salpican los objetos, sin embargo no encuentro su nombre ni otras referencias autorales. Parece que aquí, más que la ambientación o el rigor, priman las pantallas interactivas, la visualización, las proyecciones, la tecnología punta. Tanta digitalización nos aleja de aquella época suspendida entre dos siglos, cuyo esplendor y saber vivir se perdió abruptamente el día que las potencias europeos decidieron comenzar una guerra fratricida que sería interminable, algunas de cuyas consecuencias han perdurado hasta la actualidad.
lunes, 29 de abril de 2024
Museo del Palmeral (Elche, Alicante)
https://www.visitelche.com/cultura/museos/museo-del-palmeral/
miércoles, 31 de enero de 2024
Museo Memorial de la Batalla de Normandía (Bayeux, Francia)
sábado, 16 de diciembre de 2023
Museo Arqueológico de Estambul (Turquía)
Solamente hace falta apartarse un poco de la riada de turistas que se dirigen hacia la entrada del palacio del sultán, el famoso Topkapi, para encontrarse con el magnífico edificio del Museo Arqueológico de Estambul. La primera sorpresa nos la encontramos en los jardines del museo: un rimero de grandes sarcófagos de época clásica, helenística y bizantina se distribuyen frente a la fachada, creando un bosque pétreo impresionante. Todos son magníficos y, seguramente, en otro país estarían dentro del museo y no fuera. Pero este museo tiene tantísimas obras excepcionales que, efectivamente, estos sarcófagos no tienen un lugar destacado en la historia o en la historia del arte y, por tanto, pueden quedarse a la intemperie.
Así es, este museo se encuentra junto al palacio de Topkapi porque su construcción fue promovida por los sultanes otomanos, a finales del siglo XIX, para dar cabida a la gran cantidad de colecciones arqueológicas que iban llegando desde todo aquel imperio a la capital en la gran época de los descubrimientos arqueológicos. Cabe decir que la actual Turquía es solo una parte de aquel basto imperio gobernado desde aquí, que cayó, como tantos otros, con la I Guerra Mundial. También, podríamos decir que, el tiempo trascurrido desde la creación de la moderna república (que trasladaría la capitalidad a otra ciudad turca), es solo una pequeña fracción en la historia de estos vastos territorios. Así que en el museo podremos encontrar algunos de los vestigios más significativos de las antiguas culturas que convivían o se fueron sucediendo o lucharon entre ellas en los espacios que dominó el Imperio Otomano, especialmente en Asia Menor y el Próximo Oriente.
Al penetrar en el museo lo primero que nos encontramos es una lección pétrea y de calidad excepcional de la historia de la escultura griega: desde los arcaicos kuroi y korai vamos avanzando hacia el clasicismo más idealizando y, un poco más adelante, nos adentramos por el manierismo avant la letre de las obras de época helenística. Cada una de las estatuas aquí expuestas es de una importancia capital. Uno no puede dar un vistazo general y seguir hacia la siguiente sala, debe detenerse y admirar los detalles y dejarse llevar por una profunda impresión: deleitarse con algunos de los fundamentos del arte, y por extensión de la cultura occidental, que colocaron al ser humano como medida de todo.
Después de recorrer con admiración la gran colección de escultura griega antigua, todo lo demás podría parecer superfluo; pero debemos seguir adelante dispuestos a descubrir otras maravillas. Porque quedan más cosas excepcionales dentro del museo; las buscamos: el llamado sarcófago de Alejandro, con unos bajorrelieves fantásticos en los que se narran diferentes batallas de las campañas del macedonio en Asia; o las colecciones provenientes del yacimiento que, según Schliemann, había sido la antigua Troya (tema arqueológico cuya discusión dio para mucho en el pasado y que hoy parece olvidado u obviado en el apartado de los mitos).
Seguimos nuestro recorrido y volvemos a maravillarnos ante los fragmentos aquí conservados de las puertas de Babilonia, con frisos de leones y grandes toros babilónicos, así como con la colección de objetos y bajorrelieves hititas, pertenecientes al enigmático pueblo que se enfrentó a los antiguo egipcios en una de las batallas más famosas de la antigüedad: Qadesh, de la que ambos bandos se consideraron vencedores, pero que acabó con el tratado del mismo nombre, nada más y nada menos que el primer tratado de paz conocido de la historia de la humanidad. Aquí es encuentran, precisamente unos pedazos de una gran tablilla que contenían la versión en lengua hitita (en escritura cuneiforme) del tratado.
Hay muchas más salas para colecciones de otras culturas anatolias, tracias, bizantinas, etc. Al fin, las plantas superiores, las colecciones de cerámica, tapicería, azulejos y arte otomano de diferentes épocas no despiertan tanto interés para nosotros.
Al salir a la soleada Estambul, entre los jardines que dan acceso del palacio de Topkapi, nos volvemos a topar con la riada de turistas que avanzan hacia la entrada del palacio. Ahora nosotros vamos en dirección contrario, de nuevo al encuentro de la ciudad milenaria, moderna, vetusta, ajada, febril, siempre nueva y antigua, puerta entre oriente y occidente, internacional y bicontinental y construida sobre capas infinitas, una ciudad eterna como Roma.
https://muze.gen.tr/muze-detay/arkeoloji
martes, 24 de octubre de 2023
Museo del Tapiz de Bayeux (Bayeux, Francia)
Desde mi época de estudiante de historia en la Universidad de Barcelona he querido ver el Tapiz de Bayeux, también conocido como Tapiz de la reina Matilde. Y, por fin nos encontramos en Normandía, concretamente en una ciudad pequeña y escondida, cuyo nombre resuena a través de los siglos gracias a una tela tejida con un pedacito de la Historia de Europa. Así, nos acercamos al antiguo seminario de Bayeux, desde 1983 convertido en centro Guillermo el Conquistador para exponer, precisamente, el famoso tapiz.
Al entrar en el patio del gran edificio neoclásico que forma el museo, enseguida nos damos cuenta de que, poco a poco, van accediendo, al igual que nosotros, pequeños grupos de personas que enseguida formamos una colorida cola frente a las taquillas. Me percato entonces de que aquí vienen personas de toda Europa y de todo el mundo a ver este pequeño gran testimonio conservado, milagrosamente, del pasado: detrás de nosotros oigo como una pareja habla alemán, delante tenemos unos ingleses. Más adelante oigo también como una pareja de personas negras están comprando sus entradas, les preguntan su procedencia y contestan que de Curaçao -al parecer, en español se ha de llamar Corazao a esta pequeña isla neerlandesa junto a las costas de Venezuela, pero yo prefiero mantener la grafía en papiamento, que para algo es uno de los pocos creoles del español existentes en el mundo-. Cuando nos toca a nosotros tengo que decir un, tan poco exótico, d'Espagne.
Con nuestras entradas en la mano seguimos por un largo pasillo hacia la zona en la que se nos entrega la audioguía imprescindible. Nos preguntan en qué idioma la queremos, hay 16 disponibles: en espagnol s'il vous plait. A continuación accedemos a la sala, casi a oscuras, en la que se encuentra el tapiz iluminado detrás de un cristal. 70 metros de tela nos contemplan. Los visitantes, sus lenguas y colores de piel, desaparecen: en ese lugar solo existe esta tela alargada o apaisajada. Como todo el mundo va oyendo su audioguía, hay un silencio eclesiástico lleno de murmullos muy apropiado para un lugar que antes había sigo un seminario. El tapiz está bordado con las escenas, en un continuum sin cortes, de unos acontecimientos que sucedieron hace mil años: la conquista de Inglaterra por parte del duque de Normandía, Guillermo el Conquistador. Nos fijamos en la finura y la destreza simplificadora de las escenas bordadas, en las caritas de los diferentes personajes -parece que estamos ante un cómic más que ante un tapiz medieval-, especialmente los caballos están tan sorprendentemente bien perfilados, que su protagonismo es arrebatador: son imponentes.
Al fin, la batalla de Hastings. Entonces recuerdo las palabras con las que nuestra profesora de Historia Medieval, Blanca Garí, comenzó su lección el primer día de clase: 14 de octubre de 1066, las tropas normandas de Guillermo el Conquistador se preparan para la batalla más decisiva de su tiempo. Recuerdo sus clases con emoción y entusiasmo, gracias a ella estamos hoy frente a este tapiz historiado, en un museo dedicado exclusivamente a él. Constato también que ninguna fotografía, por buena que sea, se puede substituir por estar frente a la tela misma y ver la profundidad, las texturas, los hilos, las manchas del tiempo, su inquebrantable fragilidad: la pátina de lo siglos.
Tras recorrer todo el tapiz subimos a un piso superior donde se ofrecen algunas informaciones sobre la época en que se creo, así como la intrahistoria de su larga existencia. Al parecer, hasta el siglo XVIII se exponía dos veces al año en la catedral de Bayeux. Durante la revolución francesa fue confiscado y escondido para evitar su destrucción. Después Napoleón pediría que se lo trajeran a su palacio de Paris a principios del siglo XIX, tal vez como propaganda para preparar una invasión de Inglaterra. Después fue devuelto a Bayeux y durante varias décadas se estuvo exponiendo una vez al año en el ayuntamiento de la ciudad. Pero ya a mediados del siglo XIX se expuso permanentemente en la sala llamada de la reina Matilde (esposa de Guillermo el Conquistador). Al comienzo de la II Guerra Mundial el ayuntamiento de Bayeux guardó el tapiz en un lugar seguro, pero en 1944, justo antes del comienzo de la batalla de Normandía, los alemanes lo reenviaron al museo del Louvre, tal vez con la intención de llevárselo a Alemania. Tras la liberación de Francia, el tapiz estuvo expuesto un una sala del Louvre antes de ser devuelto a Bayeux.
Al salir, el sol del verano nos deslumbra durante un instante en las calles empedradas de esta ciudad milenaria. La emoción de haber estado frente a algo extraordinario, sin embargo, perdurará indefinidamente en el tiempo.
viernes, 8 de septiembre de 2023
Museo de Historia de Hamburgo (Hamburgo, Alemania)
Salimos del famoso barrio de Sant Pauli como almas que lleva el diablo. Al parecer, hay partido de futbol en el estadio del equipo local y solo hemos visto multitudes, con las típicas camisetas negras de reminiscencia pirata, aquí convertidas en uniformes, de borrachos por las calles o en bares cutrísimos como hace tiempo que no se ven en España. Así nos alejamos del conocido barrio crápula de Hamburgo muy decepcionados, y nos adentramos en un gran parque, donde encontramos un reducto de paz y naturaleza y también el Museo de Historia de Hamburgo, un inmenso edificio de ladrillo rojo con grandes ventanales que, tal vez, nos permita reconciliarnos con esta vibrante ciudad de Alemania.
Junto a la entrada hay un grupo animado de jóvenes esperando, tal vez sean alumnos de algún instituto hamburgués. Decidimos adelantarnos y corremos a entrar. Tras un hall inmenso y mal iluminado, nos adentramos en unas grandes salas dedicadas a maquetas de barcos antiguos. Indudablemente, esta ciudad fue uno de los centros comerciales de la liga hanseática que dominó los mares del norte de Europa durante varios siglos. Aquí, las maquetas tiene un tamaño descomunal, es decir que no están dentro de botellas sino de grandes hornacinas de vidrio. A continuación subimos por unas grandes escaleras y llegamos a diferentes salas dedicadas a la historia de la ciudad, con aspectos como la moda, la música y el teatro, la reforma protestante, o la evolución de la comunidad judía. En varias salas nos topamos con los interiores de una casa de ricos comerciantes del siglo XVIII y XIX.
De repente, tras pasar por estos espacios de mobiliarios, decoraciones, pinturas y elementos varios, llegamos a una sala ocupada con una maqueta descomunal de ferrocarril. Nos fijamos en los carteles, aunque están solo en alemán. y entendemos que a unas horas determinadas los pequeños trenes que pueblan este mundo diminuto se ponen en marcha. En diez minutos comienza una sesión, así que esperamos, entretenidos, recorriendo la maqueta, fijándonos en los detalles que la pueblan: trenes de todo tipo, antiguos y nuevo, estaciones completamente equipadas -con el nombre de algunas estaciones hamburguesas-, pequeñas figuras simulando personas en los andenes y también dentro de los vagones. Al fin, de repente entra en la sala un señor ataviada con una gorra de ferroviario, accede al interior de la maqueta por una puertecita y se sube a la sala de mandos, que se encuentra justamente en el centro de la sala, sobre las vías. Entonces los trenes encienden sus luces, los antiguos de vapor comienzan a echar un hilo de humo por sus chimeneas; el presunto ferroviario coge un micrófono y comienza a explicar algunas cosas que, por supuesto, no entendemos. Entonces entran algunos escolares de diferentes edades. Los trenes se ponen en marcha. Es cierto, aquí nos sentimos como unos niños, viendo absortos el pasar de los trenes, junto a los niños alemanes de hoy en día que miran con cierto desdén este reducto virtual pero no digital. Ellos tan solo le dedican unos instantes a esta maqueta, nosotros nos deleitamos y perdemos por unos instantes la noción del tiempo.
Pero se está haciendo tarde y en unas horas tenemos coger el avión que nos devolverá a casa, así que nos alejamos de la gran maqueta llena de un Hamburgo diminuto. Bajamos por unas amplias escaleras, mientras dejamos atrás la voz monótona en alemán, los ruiditos de los trenes en marcha y los pitidos anunciando que sele un nuevo tren de la estación. En el piso inferior entramos en las salas dedicadas al siglo XX, aquí podemos ver en fotos, carteles, publicaciones, etc. como al ciudad de Hamburgo pasó del cielo al infierno, de ser el puerto más próspero de Alemania a convertirse en un campo de escombros tras los bombardeos aliados durante la II Guerra Mundial No se obvia, por supuesto, el periodo nazi: las manifestaciones de entusiasmo ciudadano junto a las cruces gamadas, etc. cosas que ya conocemos de sobra, así salimos del museo y volvemos al sol de las calles en esta mañana de despedida de Hamburgo. Este museo inabarcable nos ha entretenido y nos ha proporcionado una amplísima visión de una ciudad que ha vuelto a ser puerta de Alemania al mundo.